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“En este escenario, los estudios de posgrado se han convertido en un aliado de la empleabilidad y de la calidad de ese empleo; han cubierto la necesidad de diferenciarse y son una herramienta para tener la capacidad de elegir…”

Si en épocas de nuestros hermanos mayores o incluso nuestros padres, para hacer un master se requería tener madurez, experiencia laboral y solvencia económica, hay que decirlo: ¡los tiempos han cambiado!

Es cierto que los programas de magíster en Derecho —y especialmente los que tienen un carácter profesional— ponen su foco en entregar herramientas avanzadas y especializadas para el ejercicio de la abogacía. Y desde este punto de vista, podría pensarse que mientras más años de cancha, mejores serán los resultados del partido.

Pero no. Nuestra realidad es que programas complejos de posgrado ya no se encuentran asociados a una etapa concreta de la carrera profesional y tampoco se dirigen exclusivamente a quienes quieran dedicarse al ámbito académico. Tampoco exigen los ahorros de una década ni dejar de trabajar, con el costo familiar que implicaba.

Porque el mundo jurídico se sofisticó: se hizo plural, flexible y variado. Aunque suene cliché, los postítulos y los posgrados son una respuesta a la necesidad de adquirir esas herramientas avanzadas y especializadas de las que hablábamos. Y aunque suene todavía más cliché, atrás quedaron los tiempos en que los abogados podían asumir toda clase de asuntos. Adiós abogados generalistas; buenos días, especialistas.

Sí, nos preparan para todo, y en universidades como la U. Católica de Valparaíso (en la que me siento honrada de dar clases) nos preparan con exigencia y excelencia. Pero ya no basta. ¿Lo digo yo? No, lo dice el mercado.

Por una parte, tenemos un sistema normativo, una judicatura y una jurisprudencia que se atomizan, pidiéndonos cada vez mayor atención al detalle, a la fértil potestad reglamentaria, a las modificaciones legales, a los nuevos desarrollos doctrinarios, al caso particular e incluso al estudio estadístico. Por la otra, prestamos servicios o impartimos Justicia a clientes y usuarios —individuales, empresas, ciudadanía, organismos públicos— que demandan competencias cada vez más específicas, sin perder de vista la perspectiva global.

Pero retrocedamos al párrafo de enseñanza del pregrado. En mayor o menor medida, las escuelas de Derecho han ido apuntando a la “esencialización” en la formación. Esta tendencia no sólo se advierte en los sistemas que dividen los grados en bachiller (orientado a los conocimientos generales) y master (destinado a otorgar herramientas especializadas), sino que se presenta incluso en sistemas más tradicionales, como el chileno.

Analicemos otros ingredientes. Se ha ido consolidando la idea de que la formación que se entrega en una Facultad debe proporcionar herramientas básicas para que todos sus egresados logren un desempeño aceptable en cualquier ámbito del ejercicio profesional. Con posterioridad, sin embargo, suelen ser las oportunidades de trabajo que se le presenten al abogado recién titulado y en mucho menor medida, sus intereses, los que históricamente han guiado su especialización.

Como factor gravitante imposible de ignorar, las universidades que se han adscrito al sistema de gratuidad que se creó recientemente en Chile deberán hacer importantes esfuerzos para que sus alumnos culminen sus respectivas carreras en los tiempos teóricos de duración, posibilidad que se torna compleja si es que el plan de estudios, en lugar de “esencializar” la formación de pregrado, la recarga con contenidos que, claramente, son de nicho.

Y este es el panorama con que un abogado joven y sin experiencia se encuentra cuando, título en mano, toca la puerta del mercado laboral. El problema es que se enfrentará a profesionales de más años, quienes tendrán algunos puntos extra por la experiencia y el criterio, que sólo el tiempo da.

Con cerca de 4.000 nuevos abogados en 2018 —cada año la cifra aumenta— la competencia por un puesto de trabajo se ha tornado ardua. No hablamos únicamente de cargos importantes y de remuneraciones atractivas; no hablamos sólo del ámbito público o del académico. No quedan excluidos del estrés que la búsqueda de trabajo supone los graduados de las mejores universidades del país.

En este escenario, los estudios de posgrado se han convertido en un aliado de la empleabilidad y de la calidad de ese empleo; han cubierto la necesidad de diferenciarse y son una herramienta para tener la capacidad de elegir. En el caso de los abogados recién titulados, el déficit en años de experiencia laboral puede suplirse en parte con la adquisición de conocimientos específicos y habilidades nuevas que el mercado requiere con avidez.

¿Requisitos sine qua non? Universidad de prestigio, equipo de académicos de primerísimo nivel y una malla que combine con cuidado equilibrio aspectos teóricos y prácticos.

Hacernos dueños de nuestro futuro profesional, lograr trabajar en el área que queramos y obtener una compensación que sintamos justa depende de las decisiones que tomemos ahora. Y una muy importante es ir al ritmo del mundo, lo que implica no sólo asistir a algún seminario de vez en cuando y comprarnos algún texto para leer cuando tengamos horas libres, sino especializarnos con estudios formales.
No es fácil, no es barato, ni es corto. Pero es perfectamente factible. Es tan desafiante y tan importante como todo lo que nos atrae. Porque somos abogados y nos gusta hacer las cosas bien.

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