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La sucesión de la empresa familiar exige un análisis y una planificación encaminada a evitar problemas de futuro. Muchas veces se obvia y los resultados terminan siendo catastróficos para la empresa y para la familia.

Una historia mil veces repetida

El padre había construido su empresa pieza a pieza, desde la nada. Conocía cada rincón, cada empleado, proveedor y cliente.

Tuvo dos hijos: Carlos y Abelardo. Los dos salieron mozos inteligentes. Tuvieron la mejor educación que el dinero pudo pagar. Y estudiaron lo que quisieron. Permítanme que saque a la madre de la ecuación para no complicarme demasiado.

El hijo empresario

Carlos, el mayor, se implicó desde muy joven en la empresa. Aprendió todo de su padre. Hizo suyo el proyecto y trabajó de sol a sol en él. Un MBA adornaba la pared de su despacho. A los treinta y cinco años codirigía todo con su padre.

El hijo outsider

Abelardo simplemente sentía que la empresa de la familia no iba con él. No nació empresario. Respetaba y valoraba el negocio, pero nunca le interesó. Era consciente de la “decepción” de su padre por no haber entrado igual que su hermano en la empresa pero... al fin y al cabo, había llegado a ser un cirujano de prestigio: no tenía nada de qué avergonzarse.

La guerra

La guerra estalló cuando falleció el padre.

Con la mejor de las intenciones, el padre había plasmado en el testamento la máxima que tantas veces les había repetido: “quiero a mis dos hijos lo mismo, y les dejaré lo mismo”. Y en efecto, les dejó a cada uno el 50% de las acciones de la sociedad y de un par de cosas más.

Carlos se sintió traicionado porque, se había dejado la piel al lado de su padre, y siempre sintió como suya la empresa. Ahora se encontraba con un socio al 50% interesado en los beneficios, pero no en las responsabilidades y en los dolores de cabeza.

Abelardo sabía que tendría que llegar a algún tipo de acuerdo con su hermano. Pero no esperaba la reacción de Carlos cuando le hizo una propuesta de venta que él entendía justa. Desde su punto de vista, él tenía el mismo derecho que su hermano a la herencia de su padre.

Los detalles de la guerra interna que se desencadenó no importan. Importa su final: la empresa acaba (a) en liquidación, o bien en manos de (b) los bancos o bien de (c) un competidor que paga por ella una fracción de su precio.

La trampa del testamento fácil

Muchas familias, muchas empresas tienen una bomba de relojería en su interior.

Esta es la historia más común, más antigua de la empresa familiar. Sólo cambian los nombres, el número de hijos y los detalles de cada caso. Lo sustancial es esto.

Los padres, al tratar de ser justos, acaban siendo poco o nada equitativos con sus hijos (y con sus empresas). Y todo, con la mejor de las intenciones.

Los hijos no son iguales

Seamos claros: los hijos no son iguales. Cada hijo tiene sus virtudes y sus carencias. Estas son objetivas.

Y tienen también sus necesidades y preferencias. Estas son absolutamente personales.

Planificación Sucesoria

Si realmente se quiere ser justo con los hijos, hay que tener en cuenta lo que son y lo que quieren.

Hay que utilizar los medios que hagan falta -que los hay- para, en un caso como este, hacer algo distinto (y sí, más difícil).

Algo como planificar mejor la sucesión, de modo que el propio testamento (y no un improbable acuerdo post-mortem entre los herederos) permita a Carlos obtener un control confortable en “su” empresa, y garantice a Abelardo una compensación equitativa.

Y habrá casos en los que, sencillamente no será posible ser ni justo ni equitativo con los hijos, sin hipotecar el futuro del negocio.

El coste de no hacer nada

Todos tenemos una cita con la muerte.

Si Vd. tiene una bomba de relojería, tiene que desactivarla. Hoy, no mañana.

Piénselo: ¿No quiere que su herencia sea justa? ¿No cree que esta situación será más difícil de resolver cuanto más tiempo transcurra sin hacer nada?




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