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En 2019, en el acto inaugural del Máster en Propiedad Intelectual, Industrial y Nuevas Tecnologías que cursé en la Universidad Autónoma de Madrid, tuve la suerte de conocer en persona a Margarita Salas, quien protagonizó una interesante e inspiradora disertación

“Yo era «la mujer de Eladio». Supe lo que era ser discriminada, o es más: ser invisible. Era como si no existiese, yo no pintaba nada”. En esos términos se expresaba la merecidamente laureada científica, en una entrevista en 2015. Si bien no necesita presentación, dada la fama que se granjeó con su buen hacer en el mundo científico, recuerdo al lector/a que fue una pionera investigadora española en el campo de la biología molecular, y que su descubrimiento de la proteína ADN polimerasa del virus bacteriófago phi29 ha resultado ser la patente más rentable del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Entre sus varios méritos y logros, me gustaría, desde mi posición como “profesional mujer”, destacar su rol de mujer pionera en su profesión, en un mundo en el que le costó superar la barrera de la invisibilidad que ha limitado a tantos talentos femeninos a lo largo de la historia.

A día de hoy resulta hiriente escuchar su relato sobre la discriminación y el machismo sufrido en su juventud, viendo cómo los propios compañeros de profesión preferían hablar con su marido como intermediario, ignorándola por ser mujer. Es triste pensar que si su marido y ella no hubieran separado sus investigaciones, lo más probable es que hoy no la estuviera pudiendo mencionar aquí, por quedar sus méritos ocultos en su laboratorio, siendo de puertas afuera “la mujer de” y el “apoyo o soporte de”. Sirvan estas líneas para celebrar que haya podido tener el papel protagonista que le corresponde, por tantas otras grandes figuras femeninas que nos hemos quedado sin conocer.

Pensando en mujeres inspiradoras, sin abstraerme de mi entorno laboral, los primeros ejemplos que me vinieron a la cabeza fueron – cómo no – el de Margarita Salas y el de la inventora Fermina Orduña (primera mujer en conseguir en España, sin mediación masculina, un “privilegio de invención” –nombre que se le daba a las patentes en aquel momento–). Pero, lamentablemente, muchas más profesionales podrían haber sido merecidamente citadas aquí. Porque es larga la lista de mujeres que han sufrido en primera persona la normalización de aquel conocido refrán que dice que “detrás de cada hombre hay una gran mujer”. Aunque en ocasiones esto se haya interpretado como un cumplido, no deja de ser una expresión más de una realidad social que aún nos encontramos en la tarea de erradicar. La figura de la mujer a la sombra de un hombre, no es algo que hayamos superado en el ámbito profesional en general, ni tampoco en el sector de la Abogacía en particular.

A partir de ciertas anécdotas o vivencias que he podido escuchar –a menudo con estupefacción– de boca de compañeras de profesión con mayor experiencia, mi percepción es que las cosas están cambiando. Los cambios no están teniendo lugar a la velocidad que nos gustaría, pero al menos parecemos ir en la dirección adecuada, y así lo reflejan los más recientes estudios sobre la igualdad en el sector legal. Sin embargo, a pesar de observarse una tendencia positiva en las nuevas generaciones, lo cierto es que seguimos enfrentando la problemática de que la combinación de juventud y género perjudica más a las mujeres. A igualdad de preparación y nivel de experiencia, todavía se sigue apreciando un sesgo en la percepción y en la consideración profesional otorgada a la mujer y abogada joven frente al hombre y abogado joven. Por suerte, son cada vez menos, pero sigue habiendo una gran mayoría que deposita mayor confianza y expectativas más altas en un perfil masculino, sin base objetiva alguna que lo sustente.

Igual que en tantos otros sectores, también en la Abogacía podemos hablar de sesgo de género, de techo de cristal, de una innegable brecha salarial, de problemas de conciliación y otra serie de factores o situaciones que nos afectan a las mujeres de manera especial. Todo ello se traduce en que nuestra evolución profesional se ve limitada u obstaculizada. Esto se manifiesta en el hecho de que, aunque actualmente el 54% de los profesionales del derecho sean mujeres, no encontremos esa proporción (ni parecida) en las posiciones de máxima responsabilidad, tanto en las agencias y despachos españoles como a nivel institucional.

Debemos dar visibilidad a situaciones de desigualdad basadas en prejuicios y en viejos estereotipos de género. Si los grandes referentes femeninos que nos sirven de inspiración hubieran asimilado como “normales” las situaciones injustas y asumido sin actitud crítica roles sociales limitantes, no estaríamos donde estamos. Sin esas mujeres que mostraron oposición frente a situaciones que a día de hoy nos resultan inverosímiles, cuestionando las normas establecidas (y los tan arraigados usos y costumbres), hoy no hablaríamos de que en muchas carreras universitarias –como en Derecho– las mujeres son mayoría,  así como también del gran número de mujeres abogadas colegiadas en España (quién se lo iba a decir a Concepción Arenal al disfrazarse de hombre para acceder a la universidad, o a Ascensión Chirivella, primera mujer en colegiarse en España como abogada). No se me agotan los ejemplos, y podría seguir nombrando a compañeras de profesión que han hecho historia (como Clara Campoamor o María Telo) por ser grandes activistas por los derechos de las mujeres. Tampoco acabaría si empezara con menciones de admiradas compañeras que en la actualidad lideran con éxito sus equipos en empresas e instituciones…

Es compromiso y responsabilidad de todas y todos seguir dando pasos en la dirección correcta, hacia una igualdad real y efectiva en todos los sectores profesionales.




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