Carpeta de justicia

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  • Presentamos la historia de un divorcio cualquiera, en una familia cualquiera, contado desde tres puntos de vista diferentes: el padre, la madre y el hijo.
  • Nuestro objetivo es resaltar la necesidad de reconstruir los puentes que se dinamitan en las rupturas matrimoniales por el bien de los niños.

Sara 42 años. Madre

Sara se casó enamorada. Durante años vivió un matrimonio feliz. Recuerda con emoción el día que nació Marc. Lloró de alegría y su marido también. Pero, poco a poco, la situación se fue deteriorando. Los dos trabajaban fuera de casa. Pero el trabajo de dentro parecía ser un bien privativo de ella. Estaba muy cansada. La economía familiar no daba para muchas alegrías. La hipoteca se llevaba su sueldo, prácticamente al completo, el primer día de mes.  Luis, su marido, fiscalizaba todos sus gastos. Decía que, esa actitud que a ella le sacaba de sus casillas, era la única manera de poder llegar a final de mes. Discutían mucho. Luis cada vez llegaba más tarde a casa. Parecía vivir en la oficina. Y cuando estaban juntos, apenas se hablaban, se miraban o se tocaban. Era como si permanentemente estuvieran tristes y enfadados. Preparados para atacar. Cualquier actitud o comentario desencadenaba la chispa.

Sara aguantaba la situación. Un poco por miedo y un poco por Marc. Temía no saber afrontar la vida sola. Y no quería que su hijo sufriera. Por eso cuando Luis le dijo que quería divorciarse, sintió una sensación agridulce. El despecho por el abandono se mezclaba con cierta paz interior. Una paz que duró muy poco. Luis quería la custodia compartida. ¡Tiene guasa la cosa!, pensaba Sara, nunca se ha ocupado del niño, no tiene tiempo ni para ir a las tutorías del cole, y ahora pretende ser el padre del año.

Fue un divorcio conflictivo. A veces Sara lloraba de rabia y de impotencia. Y Marc la veía. Cuando Luis venía a recoger al niño, ella no podía ponerle buena cara. Siempre había alguna aspereza que limar. Se sentía sola. Una preocupación absurda le llenaba la cabeza y el corazón: ¿cuidará bien del niño? ¿se acordará de darle la medicina? ¿y si me echa de menos? ....Seguro que se pasa el fin de semana con la abuela.

El proceso fue largo y duro. Informes psicológicos del niño, luchas legales y un juez que decide que Sara ha de compartir la custodia de Marc con ese padre que le quiere, pero que siempre estuvo ausente.

Sara lo pasó muy mal…hasta el día en que reparó en que su hijo estaba sufriendo todavía más que ella. Ese día decidió que superarían esto juntos. Se armó de valor y aceptó la sugerencia del abogado de su exmarido para pedir ayuda. A partir de ahí, todo fue mejor. Los conflictos no se han acabado. La relación con Luis es tensa, pero educada. Han conseguido entenderse y entender que por encima de todas sus diferencias hay algo que les unirá para siempre: Marc. Los dos quieren lo mejor para él. Y Sara lo empieza a aceptar. Además, los días que no tiene al niño, queda con sus amigas y está construyendo una nueva vida. Necesitaba tener tiempo para ella y la “maldita” custodia compartida se lo ha dado.

Luis, 47 años. Padre

Una tarde, al salir de la oficina, después de una larga jornada laboral, Luis se descubrió buscando excusas para no llegar a casa. No le apetecía enfrentarse a los reproches de Sara o peor, a su indiferencia. Entró en un bar cercano pidió una cerveza y, apoyado en la barra, reflexionó sobre su vida para llegar a la conclusión de que no era feliz, se ahogaba en su matrimonio y quería, necesitaba separarse.

La conversación con Sara que puso fin a un matrimonio de 15 años fue muy dura, muy triste. Y así continuó su relación con ella durante muchos meses. Había sido el amor de su vida, pero ahora no la reconocía. Se había abonado, como diría el gran Sabina, a la “cofradía del Santo Reproche” y no le importaba discutir, aunque estuviera su hijo delante. Luis veía a Marc sufrir. Le decía, en el poco tiempo que pasaban juntos, que le echaba de menos. Luis siempre señalaba a su madre como culpable de esa situación. Pero eso no consolaba a Marc, ni tampoco él se sentía bien.

Sara no entendió que pidiera la custodia compartida. Es verdad que ella siempre se había ocupado más del niño. Luis sabía que era muy buena madre. Siempre dispuesta a satisfacer cualquier necesidad del pequeño. Le quería tanto que, apenas le dejaba participar en sus cuidados. “Quita, ya lo hago yo” … y él se fue quitando, un poco por comodidad, y un poco porque confiaba en que Marc estaba en las mejores manos.

Pero ahora quiere recuperar el tiempo perdido. Se ve capaz de cuidar de su hijo. Y tiene a su lado una familia que le apoya. No entendía porque Sara le negaba ese derecho que, finalmente, el juez le concedió.

Tampoco entendió porqué Marc necesitaba ayuda especializada para aceptar la nueva situación. Su abogado le explicó que, en muchas ocasiones el asesoramiento jurídico debe completarse con la ayuda de psicólogos que reconstruyan los puentes que dinamitan los procesos de familia. Cedió solo, por evitar otro conflicto.  Pero ahora, le da la razón. Les ha venido bien a los tres. La psicóloga les dijo que sus problemas se los debían guardar para ellos y resolverlos sin meterme al niño por medio. Y ellos lo intentan. Marc ha recuperando la alegría y parece sentirse cómodo con la nueva situación. Están reencontrándose y, aunque el papel de padre a veces le estresa y le vuelve un poco loco, siente que el esfuerzo compensa. Ahora sale de la oficina corriendo para llegar a casa, cenar y ver un rato la tele con su hijo.

Marc. 11 años

Cuando Marc piensa en ese momento, le entran escalofríos y siente como si alguien le apretara el estómago. Ha pasado un año del día que sus padres le anunciaron que iban a separarse.

Marc sabía que las cosas no iban bien. A veces discutían y se gritaban. Pero lo peor era cuando no se miraban, ni se hablaban, ni se escuchaban. Veía como su familia se rompía día a día. Pero prefería no pensar en ello. ¿Qué puede hacer un niño de 11 años para conseguir que sus padres se quieran?

Los dos se esforzaban por hacerle la vida fácil, por hablarle con cariño. Y no se daban cuenta que la rabia, el desprecio y la indiferencia con la que se trataban entre ellos, le dolía tanto al niño como si fuera para él.

Empezaron entonces a ensayar una estrategia de comunicación que continuo después de la ruptura definitiva…Parece que entre ellos era imposible el entendimiento, así que utilizaban a su hijo para lanzarse mensajes, en ocasiones envenenados: “Dile a tu padre que a las reuniones con la tutora está permitida la entrada de los hombres, ni siquiera la conoce”. Dile a tu madre que algunos trabajamos muchas horas y no tenemos tanto tiempo libre”.

Es una pena porque Marc los adora a los dos. Quisiera contarles que se siente culpable de su desamor. La verdad es que no siempre se porta bien. Marea mucho por casa, su habitación es un desastre y las notas han caído en picado. Les da muchos problemas. Cuando está malito, su madre ha de pedir un favor especial a su jefe para quedarse en casa. Antes no pensaba en eso, pero un día le dijo: ¿ves lo que hago por ti? tu padre no lo ha hecho nunca, te deja con la abuela y punto. A Marc le gustaría explicarle que le gusta estar con la abuela. Le mima mucho, le cocina sus platos favoritos. Y además allí siempre está el primo Toni, y se lo pasa genial.

Los padres de Marc son buena gente. Le quieren con locura. Se lo dicen a menudo. Siempre le preguntan por qué está triste, buscan planes divertidos para el fin de semana, le ayudan con los deberes y van a ver todos los partidos de futbol de su equipo; Aunque, eso sí, se sientan cada uno en una punta y Marc nunca sabe a quien dedicar los goles cuando marca.

Hace unos meses fueron a ver a una psicóloga para que les ayude a los tres. Al principio Marc no quería ir a verla. ¡Menudo rollo! No entendía porque tenía que contarle su vida. Pero reconoce que le ayuda a pensar, a superar los miedos y a entender a sus padres.

Gracias a su consejo, los dos se sinceraron con él. Le explicaron que él no tenía la culpa de la separación y que no podía hacer nada para unirlos.

La psicóloga les habló clarito a los dos. Ahora intentan no hablar mal el uno del otro y si se pelean, Marc no se entera.  Pasa mucho tiempo con los dos. Y también con sus tíos, primos y abuelos. Sus padres han vuelto a tratarle como antes. Eso, a veces no mola, porque han vuelto las riñas cuando se porta mal, las normas y límites. Pero ha de reconocer que lo echaba de menos. El papel de “malote” ya le estaba cansando.

A Marc le gustaría que sus padres se quisieran y vivieran juntos. Pero, día a día, aprende a aceptar que eso ya no va a pasar. Les quiere mucho a los dos. Y a pesar de todo, le encanta su familia y no la cambiaría por ninguna otra. 




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