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Hoy es el día en que todos los Abogados hacemos grandes declaraciones sobre la importancia de nuestra función, de manera que mi primera alocución puede resultar algo discordante: yo no quería ser abogada. Cuando era una niña, tenía otras vocaciones antes que la Abogacía para desarrollarme en el mundo adulto (entre ellas periodista, casualmente ahora que gran parte de mi tiempo lo comparto con los medios de comunicación he comprobado lo esencial de su relación): ¿cómo podía entenderse que se defendiera a un culpable? ¿por qué era necesario acudir con un Abogado para que se nos diera la razón cuando la ley decía que la teníamos? Incomprensible para muchos y más para una niña y posterior adolescente en una etapa vital donde todo es blanco o negro.

Pero todo cambió, precisamente porque la vida no es de esos dos colores. Estudié Derecho porque, como siempre nos han enseñado, es la carrera “con más salidas”, y ya en la Facultad pude apreciar que si la civilización había avanzado desde los tiempos en que se aplicaba la Ley del Talión (el ojo por ojo y diente por diente), había sido gracias al Derecho, mejor dicho, gracias a los Abogados que abriendo la interpretación de la ley y de la costumbre y su defensa en estrados consiguieron modificar las leyes: la abolición de la esclavitud, la protección de los más desamparados, las ocho horas de trabajo y el reconocimiento de las vacaciones; el sufragio universal, la igualdad laboral entre hombres y mujeres, el fin del apartheid y de la pena de muerte.

No fueron sólo los jueces (que también, al dar un paso al frente conforme esa interpretación vanguardista por encima de “la boca muda que sólo pronuncia las palabras de la ley” como los calificaba Montesquieu) los que nos han traído hasta el momento presente, sino los Abogados, compañeras y compañeros que incluso han pagado con su vida la defensa de lo que era Justo, en mayúsculas (vaya aquí la eterna gratitud y homenaje a los Abogados de Atocha, cuya efemérides se recuerda cada 24 de enero, y tantos otros asesinados en el mundo); los que siguen (seguimos) levantándonos a altas horas de la madrugada (o no dormimos, directamente) para que incluso con la opinión pública en contra a un detenido se le aplique con todas sus consecuencias la presunción de inocencia con un procedimiento que respete todas las garantías o presentar un recurso de apelación o de casación en plazo; los que nos alzamos frente a las grandes empresas y corporaciones para que la igualdad efectiva en la contratación no sea sólo una declaración en una Directiva europea, sino la realidad de los millones de consumidores que todos los días firman un préstamo, un seguro, o se suscriben a una plataforma de televisión; los que más allá de fomentar el pleito, como algunos quieren que nos vean, escuchamos y aconsejamos a los clientes la mejor solución para evitarlo, porque ya es conocido el dicho de que más vale un mal acuerdo que un buen juicio. Y como sucede con los médicos, afrontando la angustia de nuestros defendidos y su afección ante problemas que les sobrepasan.

Cuando estudiaba la oposición a Judicatura mi preparador me indicó que si en los estrados se sentaban no sólo los Jueces sino también los Fiscales y los Abogados era porque todos estaban en plena igualdad con la función esencial de impartir Justicia, y aunque no sea del todo cierto porque quien haya visitado un Juzgado sabe que el de mayor altura corresponde al Juez (al fin y al cabo, es quien finalmente decide), lo cierto es que no hay Estado de Derecho, ni Derecho mismo, sin la Abogacía. Y sin embargo, padecemos una inveterada desconfianza hacia nuestra función e importancia no ya sólo desde la ciudadanía, sino desde los poderes públicos, que se traduce en que los compañeros del turno de oficio realizan su trabajo en condiciones penosas y por una retribución que en cualquier otro sector sería considerada miserable e indigna. Padecemos con nuestros defendidos la falta de órganos judiciales que colapsan los ya existentes demorando cualquier causa por años (hasta quinquenios en algunos casos), y no se nos reconocen derechos que a cualquier otra persona le son indiscutibles, como la suspensión de las vistas por fallecimiento de un familiar o el permiso por algo tan natural como ser madres y padres. Y, aun así, seguimos y seguiremos aquí, luchando por nuestros propios derechos, pero, sobre todo, defendiendo los del resto, porque, como decía un tratado antiguo, donde falta el bien falta el Derecho y ahí estamos nosotros, los Abogados, desde los antiguos discursos orales en el foro hasta los actuales sistemas legaltech, para defenderlo. Celebrémoslo, no sólo hoy, sino el resto de los 364 días, todos los años, siempre, porque la Abogacía no es un trabajo, es una forma de ser.




Comentarios

  1. JAVIER EDUARDO MOLINA CABRALES

    Felicidades a la colega

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