¡Y no lo digo yo! ¡Por supuesto que no lo digo yo! Pero este es el “leit motiv” de la justificación “de fondo”, la sustancial, del Impuesto sobre los Refrescos y bebidas azucaradas en distintas partes del mundo. Este año toca el “Sugar Tax” en Reino Unido; pero antes fueron México, no hace mucho; y en la distancia, el gran precursor, Dinamarca.
... El “Sugar Tax” impacta desproporcionadamente sobre los pobres (y de eso se trata).
Esta pequeña nota surge, como una chispa, tras la lectura de un sugerente y sólido artículo de Luke Allen (investigador sobre políticas globales de salud en la Univesidad de Oxford) titulado: “Rejection of sugar tax is based on faulty logic about the poor” (algo así como, “el rechazo del impuesto sobre los refrescos se basa en una lógica errónea sobre los pobres”) (The Conversation, 10 noviembre 2015). Insisto en la solidez del trabajo, y en mostrar todos mis respetos; otra cosa es la “óptica”, la de “especialista en salud pública” frente a la óptica de “justicia tributaria”.
Para centrar el debate e ir al grano desde el primer momento. Los promotores y defensores de este “Sugar Tax” y otros mecanismos de ingeniería social (por ej., impuestos sobre el tabaco como referente, pero también hemos comentado el impuesto sobre la carne para luchar contra el cambio climático hace poco) reconocen abiertamente su carácter regresivo. Especialmente en el caso del “Sugar Tax” se sitúa en el tejado de “las multinacionales” (la Coca Cola, vamos) el “sesgado” argumento de que el impuesto recae exageradamente sobre “los pobres”, que son los que más Coca Cola beben (no solo aplica a Coca Cola, por supuesto).
Pero los defensores del impuesto, por supuesto también, reconocen la evidencia: indudablemente el impuesto impacta sustancialmente sobre “los pobres”, no hay duda, los pobres beben más Coca Cola y, más, los pobres se preocupan menos por su salud.
La campaña a favor del “Sugar Tax” en Inglaterra fue lanzada por Jamie Oliver, famoso y divertidísimo chef televisivo, una “celebrity” -su restaurante en Dublín es “una chulada”-; y cuenta con el respaldo indubitado, activo, de “Public Health England” o la “British Medical Assocciation” o incluso la “World Health Organization”.
... Mi “sesgo de enfoque”: contra la “ingeniería social con impuestos”, por principios (tributarios).
Permítanme un paréntesis de encuadre. Me resulta imprescindible dejar sentadas un par de ideas, aclarar el principio esencial sobre el que se asienta mi radical rechazo a este tipo de medidas, y la idea-fuerza por la que destaco lo más absurdo de la concepción que subyace a esas medidas, que es: “que los pobres somos tontos y necesitamos que el Estado nos rescate”. Esto no es de recibo en el Siglo XXI: es una negación de la persona “pobre”.
Es un secreto a voces mi desprecio intelectual por la “ingeniería social con impuestos”, y debo dejar explicitado este “sesgo” sin ambages. Es, ante todo, un “sesgo de enfoque”. Hacen “ingeniería social con impuestos” los economistas (preocupados por los efectos económicos del impuesto) y los sociólogos y otros profesionales sectoriales (en este caso, los expertos en salud pública, preocupados por enfermedades sociales que quieren resolver..., a falta de mejores ideas..., con impuestos). Hacen “ingenería social con impuestos” los políticos, sobre todo los políticos, políticos de todos los colores y latitutes, que..., ante una buena campaña de comunicación sobre lo mucho que se preocupan por el bienestar de los ciudadanos..., son capaces de imprimir en el BOE cualquier estupidez. El “Sugar Tax”, dicho sea con todo cariño y en plena Semana Santa, es una estupidez de dimensiones bíblicas. Mi respeto es para Jamie Oliver y para todos los especialistas en salud pública preocupados por la obesidad; claro, ellos saben del problema, la obesidad, pero en su “expertise” no se hallan los impuestos, ¿verdad que no? El impuesto es, para todos estos “no tributaristas” una especie de “unicornio salvador”...
Digo que es un “sesgo de enfoque”: mi perspectiva es la de “tributarista”, estudioso obseso de la justicia tributaria, y defensor del tributo, del impuesto en concreto, como institución central para articular la justicia tributaria. La esencia del tributo es la “contribución al sostenimiento de los gastos públicos” en función de la capacidad económica (entendida como “riqueza”). Cuando el impuesto “vale para todo”, igual para un roto que para un descosido, igual para resolver el calentamiento global, que la epidemia de obesidad, que la escasez de vivienda o la escasez de puestos de trabajo..., ¡”el impuesto no sirve para nada”!
... Sustancialismo, relativismo y tiranía.
Es éste un antiquísimo debate, muy asentado en concreto en la doctrina científica española en la que solo éramos una minoría marginal los “sustancialistas” frente a la inmensa corriente “relativista” (enganchada a la doctrina italiana de los setenta): el impuesto vale también para fines no fiscales, siempre que tengan respaldo constitucional (la STC 37/1987, como aval para cualquier “carallada”, entonces el Impuesto sobre Tierras Infrautilizadas de Andalucía que, como todo el mundo sabe, arregló para siempre el problema del paro agrario y el latifundismo -ja, ja-). La conclusión: si el legislador no tenía muchos límites, con este “sesgo” no tiene ninguno, te pueden meter la mano en la cartera cuando quieran y como quieran, porque cualquier disculpa vale, ¡es por tu bien! El “relativismo tributario” es la puerta abierta para cualquier tiranía.
... El “Impuesto a la Estupidez”: porque los pobres no atendemos a razones, solo a estímulos primitivos tipo “palo y zanahoria”.
Y aquí volvemos con el “Sugar Tax” y con “los pobres tontos”, o a esta moderna versión de “impuesto a la estupidez” (que es por lo que no me corto al decir que el impuesto es el que es estúpido).
Tengo que reconocer que la lógica “macro” es buena: en efecto, el “Sugar Tax” es un “Impuesto a la Estupidez”. Pero algo que vengo utilizando como caricatura durante años, resulta que ahora lo he leído explícita y expresamente declarado como justificación teórica del impuesto. Y, no, no, ¡no es broma esta vez!
Por otra parte, ESO ES la “ingeniería social con impuestos”: como somos estúpidos y no sabemos lo que nos conviene, ya el Estado nos lo recuerda “tocándonos la cartera”.
Lo “cachondo del asunto” es que el artículo comienza afeando la posición original del gobierno Cameron, reticente al impuesto por su “desproporcionado impacto sobre las familias más pobres”. Otra vez, de manual. Lo “cachondo del asunto” es como Osborne (el Montoro inglés) le dio la vuelta al calcetín en apenas unos meses.
Claro, la primera en la frente, “casi todos los impuestos sobre el consumo son regresivos, incluyendo los que recaen sobre el tabaco, el alcohol y los combustibles”. Por otra parte, ejemplos de “ingeniería social con impuestos” fallida: nadie duda de que estas “accisas” hace tiempo que perdieron su función “aleccionadora” para ser una potentísima herramienta recaudatoria “soft” (que no cabrea a demasiados); fíjense, si no, en como una “crisis fiscal” va asociada al incremento inmediato de estos impuestos, y no para “corregir comportamientos estúpidos que son más agudos con la crisis”, sino para “llenar las arcas públicas que están más vacías con la crisis”.
Aquí el meollo en el articulo de Luke Allen: “los impuestos relacionados con la salud alimentaria no son diferentes y la evidencia demuestra que los pobres (literal “the poor”), de hecho, gastan una cantidad proporcionalmente superior de dinero en alimentos no saludables sujetos al impuesto”. Y aquí “la magia”, “the magic”: “por lo tanto, ello significa que el desincentivo financiero es muchísimo más potente para las familias pobres”. “Magic”!! ¿No sientes la magia? ¡El unicornio ya alza el vuelo!
Y aquí nos enredamos en que “los pobres somos tontos”. Y, no lo dudo, quizás sea verdad; o, peor, hasta admito que existen evidencias empíricas que demuestran que es verdad. Así, “los pobres son mucho más proclives a tener dietas no saludables y experimentan enfermedades relacionadas en mayor medida que los acaudalados”. Y, claro, eso genera un círculo vicioso: los “pobres pobres”, entonces, se tienen que gastar más dinero en ir al médico, pagar medicinas, perder días de trabajo (recuerden todos que en el mundo anglosajón ir al GP, al médico de familia, cuesta 50 pavos por visita mínimo).
Y ya, el meollo del asunto: “la economía del comportamiento y la teoría de la escasez ayudan a explicar por qué la gente pobre es menos capaz de actuar en su propio interés” (la biblia de esto se titula “Scarcity: Why having too little means so much” - prometo leer y aprender en cuanto pueda-).
La esencia de la idea es que los pobres somos cortoplacistas, vivimos al día y buscamos la recompensa instantánea (la Coca Cola, fuente de la felicidad como todo el mundo sabe); igual que el mono busca el plátano o el perro la galleta.
Y aquí aparece el “palabro” de moda: “inequality”. “Por esta razón las campañas educativas y otras intervenciones suaves (“softer”) para ayudar a la gente a comer más saludablemente pueden, de hecho, ampliar las desigualdades (“inequeality”) en la salud”. Porque, claro, como no, los ricos y bien educados sabemos leer y tenemos la capacidad de asimilar nueva información y cambiar nuestros hábitos actuales para obtener una recompensa futura. Y los pobres, los monos y los perros, NO.
La conclusión, en mis términos, es que los pobres (como los monos y los perros) solo aprendemos a palos o a impuestos (las medidas educativas y mejores servicios de asesoramiento sanitario no sirven): “de hecho, porque los pobres son más sensibles a los cambios en los precios, responden mejor y experimentan mayores beneficios en su salud que los que están forrados”.
Luego viene la literatura habitual de “dulcificación”: el impuesto no es la solución, tiene que haber una estrategia global, bla bla bla, bla bla bla.
... Me confieso: ¡qué gratificación leer esto, así de explícito, sin ambages, sin complejos...!
Me confieso. Hace tiempo que quería leer algo así. Insisto en que hace años que cuestiono con todas mis energías (poquitas) que el Estado y el “mainstream” de pensamiento único se arroguen la competencia para salvarme de mi mismo, para que se atrevan a usurpar mi libertad ciudadana y a modular mi comportamiento con impuestos. Los impuestos no son descargas eléctricas si me salgo del sendero marcado por los que saben, ¿pero hay mucha diferencia de concepto, shock patrimonial en lugar de shock personal? En el fondo la misma esencia: no sirve lo que yo decida, deciden ellos por mi, para salvarme.
Quizás en lugar de llevar al BOE el “Sugar Tax” deberían defender que se publique en el BOE la “prohibición de la pobreza” y cuando desaparezcamos los pobres tampoco necesitarán Sugar Tax. Es cachondo, los gobiernos que “nos arruinan” (la crisis financiera no la inventamos los pobres) luego nos quieren salvar de los nocivos efectos de “la pobreza” sobre nuestra salud.
Hace tiempo que quería leer algo así, cruda y descarnadamente expuesto: el Impuesto a la Estupidez perfecta y detallamente descrito y argumentado. Y la ciudadanía aplaudiendo (la aceptación del “Sugar Tax” en Reino Unido es masiva). ¡Pobre sociedad occidental!