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Los historiadores españoles que en el futuro estudien la historia de sus antepasados de las primeras décadas del siglo XXI, seguramente acabarán sollozando con pena en su alma, y concluyendo sus trabajos manifestando su dolor, al comprender que fueron unas personas dignas de lástima y merecedoras de pasar a las páginas que están escribiendo como los inocentes por antonomasia.

Y tendrán toda la razón al plasmar esta conclusión, porque los españoles de hoy somos dignos de lástima hasta el infinito.

Los fundamentos de la historia se sitúan en el último tercio del XX. En aquel momento los ciudadanos españoles fuimos convencidos por las clases dirigentes (políticos, empresarios…) que la Constitución de 1978 había inaugurado una nueva era en nuestro país, que nosotros éramos sus protagonistas absolutos, que el futuro sería inimaginable comparado con el pasado más reciente y que el siglo que llegaba nos situaría en lo más alto del Universo.

Tal panorama, sin embargo, tenía un coste que, lógicamente, deberíamos pagar nosotros a través de nuestros impuestos, para lo cual los sabios académicos del sistema habían inventado un complejo tributario que, decían, estaba fundado en la Justicia como principio orientador y protector y por el que todos íbamos a contribuir según nuestra capacidad.

No es necesario recordar que la gran mayoría de españoles, creyentes e inocentes, nos pusimos manos a la obra, pagando sin rechistar impuestos, tasas, contribuciones…, y también cotizaciones sociales, por un lado, porque las pensiones de entonces dependían de ellas y, por otro, porque, se nos dijo, el sobrante pasaría a una caja común de ahorro que sería la garantía de las que habrían de venir.

Sin embargo, en 2008 un pedrusco infernal llegó desde el espacio y se estrelló contra nuestra inocencia llevándosela por delante. La crisis, nos dijeron los dirigentes, fue culpa vuestra porque habéis vivido por encima de vuestras posibilidades, derrochando, comprando pisos y coches y marchando de vacaciones cuando deberíais estar trabajando por el bien del país. Por tanto, nos volvieron a decir, tenéis que sufrir el castigo: se van a subir los impuestos hasta alcanzar a la estrella errante y se os van a recortar vuestros derechos hasta un nivel que ni siquiera hubierais podido imaginar en vuestras peores pesadillas. ¡Y no protestéis, lo hacemos por vuestro bien!

Durante cerca de un lustro los españoles bajamos la cabeza, callamos avergonzados y pagamos los impuestos multiplicados hasta la asfixia. ¡Lo teníamos merecido!

Sin embargo, como no hay embuste que cien años dure, acabamos de descubrir el inmenso engaño del que hemos sido objeto y la gran mentira que han utilizado los dirigentes para sacarnos hasta la última gota de nuestra sangre.

En julio de 2015, el Ministro de Hacienda, con su sonrisa maléfica asomando por detrás de sus gafas, anunció urbe et orbi que la crisis había finalizado, que se había acabado el sufrimiento, y que merecíamos un premio extraordinario por nuestro sacrificio: una bajada de impuestos y una mejora en nuestros maltrechos derechos. Y para demostrarlo, y como no por decreto-ley, bajó las retenciones y los pagos a cuenta, y anunció su quinto presupuesto con una disminución tributaria, la devolución de cantidades suspendidas a los empleados públicos y, a pesar de ello, un considerable aumento de la recaudación porque la actividad económica, con un país creciendo al 3,5 por ciento, iba a generar los dineros correspondientes.

Han pasado pocos meses y la mentira del ministro, que todos en nuestro fuero interno sospechábamos, ha quedado al descubierto.

Bruselas, una vez más, ha certificado que España es el segundo país de la Eurozona en el que más ha crecido el déficit, sólo por detrás de Grecia (que ya es mérito), nada más que el 5,00 por ciento del PIB. Y Bruselas, otra vez más, ha enviado a España el recado de que sólo hay una manera de solucionar el problema: subiendo impuestos y bajando derechos. ¡Otra vez igual!

Es decir, los dirigentes han vuelto a tomar el pelo a los ciudadanos que han pagado sin rechistar durante un lustro los impuestos más altos de la historia, han sufrido los recortes más dramáticos en sus derechos básicos (baste recordar a los muertos de la hepatitis C porque el tratamiento era caro) y han comprobado como el dinero a pesar de todo ello ha desaparecido del Tesoro Público, camino a destinos en absoluto transparentes: las administraciones públicas siguen sin hacer los cambios que precisan y los chiringuitos campan a sus anchas.

Y por si esta burla no fuera suficiente para una moción de censura absoluta contra todos ellos, llevamos cuatro meses con un gobierno en funciones que “pasa” del Parlamento; con un Parlamento imposible en el que lo único que ha quedado claro es el personalismo de los dirigentes (los viejos y los nuevos); con otras cercanas elecciones que llevarán la parálisis en todo el país hasta casi el final de 2016…, y gastando, porque todo esto cuesta dinero…, el dinero de nuestros impuestos.

Y mientras tanto, no hay un día en que no surja un nuevo caso de corrupción, robo, malversación, fraude…; en que los implicados persistan en mantener sus privilegios y prebendas, cobrando de nuestros impuestos; en que nuevos paraísos fiscales con millones de papeles salgan a la luz, sacando también de sus cuevas ocultas a personajes y personajillos que encima pretenden ir de santos por la vida (sin embargo los colores de la vergüenza no les han salido), o aparezcan casos incalificables de responsables de determinadas asociaciones defensoras de los débiles y más desfavorecidos, que, al parecer, y según el juez que los ha mandado a prisión, han “mamado”  de las otras clases dirigentes (de las que tienen mucho dinero), a cambio de su mutismo en los juzgados por sus posibles conductas de dudosa calificación… para los ciudadanos.

Y, por si no fuera ya suficiente tanta desdicha, nos vuelven a advertir que la hucha de las pensiones hace aguas y que el sistema, esta vez sí, está quebrado

Indudablemente, la triste y real conclusión a la que tenemos que llegar, es que los dirigentes hacen con nuestros impuestos lo que…

¿Somos  o no dignos de lástima? Al igual que con el título, que cada lector conteste según su conciencia.

 

 




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