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María Elena Macedas fue la primera mujer que pudo matricularse en la Universidad en España en 1872. Dolors Aleu i Riera fue la primera licenciada del país y Martina Castells i Ballespí, fue la primera en doctorarse en 1882, todas ellas en la Universidad de Barcelona y todas ellas en Medicina.

Pero el mundo del derecho estaba vetado. Llegó un momento en el que una mujer podía estudiar derecho, pero no podía ejercer la profesión porque ello estaba expresamente prohibido en virtud del Ordenamiento de Alcalá de 1348.

El primer Colegio que admitió mujeres en España fue el Colegio de Abogados de Madrid con su reforma estatutaria de 1920. Es curioso, no obstante, que la primera solicitud de colegiación femenina en este colegio no sucedió hasta octubre de 1921 y no se completó hasta 1925. Para ese momento, la valenciana Ascensión Chirivella, primera mujer letrada colegiada en España, llevaba ya tres años ejerciendo. Las fechas solo vienen a demostrar que, aunque el acceso era oficialmente posible, la batalla para llegar a conseguirlo de manera efectiva fue encarnizada.

Es increíble comprobar que apenas han transcurrido 100 años de esos momentos. Para alguien que se incorpore a la profesión hoy puede parecer mucho tiempo y tratarse como un tema superado, pero no… Si se piensa que hasta el año 1975 (¡y esto son sólo 48 años!) la mujer casada era incapaz y estaba sometida a la tutoría legal de su marido, puedes constatar como multitud de mujeres que caminan, trabajan y respiran hoy día fueron incapaces hace no tanto tiempo. Leer, con ojos actuales, doctrina de esa época sobre la susodicha incapacidad, intentando justificar lo injustificable, lleva al lector hasta la indignación en cuestión de minutos, os lo prometo. Y lamentablemente, no es una creación ocurrente del régimen de entonces sino que, rascando en la historia, la cosa va a más hasta llegar a los romanos, que ni siquiera daban a la mujer personalidad jurídica.

Como comentaba alguna ilustre compañera en el reciente encuentro que hemos mantenido en el ICAM para fijar la hoja de ruta en materia de igualdad de la nueva Junta de Gobierno del Colegio[1], esta incapacidad de la mujer casada superpuesta con el ejercicio profesional de la abogacía llevaba a situaciones absurdas, como que, para asistir a un detenido en la cárcel se necesitaba autorización de su marido…  muchas veces, claro, no letrado.

Como ejemplo de la evolución que hemos experimentado como sociedad, siempre me gusta usar de ejemplo a mi firma, ELZABURU. Contando con que la fundación de nuestra firma, una de las más longevas de España, se retrotrae a una época (1865) en la que las mujeres no podían ejercer la profesión. Y sin embargo, desde hace casi dos años tengo el honor de ser la Socia Directora de la firma, un puesto que en la inmensa mayoría de los grandes despachos suele estar ocupado por un hombre.

Pero esta designación, puedo afirmar con rotundidad, no es la excepción. Ahora mismo en ELZABURU, tres de cada cuatro incorporaciones al despacho son mujeres y la plantilla tiene un 53,33 de cuota femenina, una mayoría que también se da entre los titulados de grado superior. Cuando llegué a la firma hace 4 años era la única mujer socia, si bien no la primera (en toda su historia, había habido dos más antes que yo). Y desde entonces ha habido dos nombramientos más… progresamos con paso firme.

Los avances son innegables y no podemos más que estar agradecidos a nuestros predecesores en su lucha por los derechos civiles. Pero a pesar de que España ha ido escalando posiciones en los informes “Gender Report Gap” que año tras año publica el Foro Económico Mundial (actualmente está en el puesto 17[2]), es evidente que queda mucho por hacer.

Si bien en la letra de la ley la igualdad está conseguida, no es eso lo que viene a demostrar la realidad. Según el informe “50:50 en 2030: un estudio longitudinal sobre la desigualdad de género en la profesión jurídica” de la International Bar Association, en España, el 54% de la abogacía son mujeres, pero sólo ocupamos el 31% de los puestos de responsabilidad[3]

Son varios los temas que hay que abordar para conseguirla y que el Consejo General de la Abogacía, por cierto presidido por una mujer, señala en su último informe: el sesgo de género, la brecha salarial, el desequilibrio en cargas familiares para el desarrollo de la carrera profesional, la lucha contra el acoso laboral o el sistema de cuotas, entre otros[4]. El camino por delante empieza a vislumbrarse claro.

Por mi parte, sin embargo, hay una cuestión fundamental, que se ha venido constatando sobre todo en los últimos años y que, quizás, nos distancia de aquellas primeras mujeres profesionales, y  es el efecto multiplicador que tienen los modelos de referencia: una directiva a los mandos de una empresa demostrando sus capacidades es más evocadora que ninguna campaña publicitaria.  Prueba de ello es que el 31% de puestos de responsabilidad indicado ha ido subiendo de manera exponencial en los últimos años… considerando que en 2011 apenas si llegaba a un 10.

Pero hay más muestras de esa evolución exponencial: ya empezamos a llegar al punto en el que el tema de la igualdad deja de ser una preocupación meramente femenina. Es cada vez más habitual ver a compañeros trabajando en informes o integrándose en comités, ya no es algo que pueda considerarse mal visto o quitando masculinidad al compañero que decide involucrarse en la materia.

También se comprueba como nos estamos volviendo más ambiciosos. Hablamos con soltura, normalidad y elocuencia de diversidad. No medimos ya solamente cuantas mujeres socias hay o cuantas, en puestos de responsabilidad, sino que hemos entrado a analizar cuestiones más horizontales, en mi opinión, gracias al indudable aporte de las nuevas generaciones.

La posibilidad de conciliar la vida personal y profesional o poder contar con una jornada flexible son inquietudes generalizadas entre los jóvenes, hombres y mujeres, que defienden su espacio y su tiempo personal por encima de carrera profesional y retribución. Que pueda irme a casa antes o teletrabajar no sólo porque tengo hijos pequeños sino también porque me gusta hacer deporte. Eso también es igualdad. Igualdad como pieza angular de una sociedad más justa y más equilibrada que respeta en su verdadera dimensión las dicotomías sociedad-individuo, hombre-mujer, iguales en lo diverso…  

Algunos análisis e informes hablan de que alcanzar la igualdad efectiva nos llevará, todavía, más de 100 años. Nuestro objetivo y nuestra prioridad debe ser acortar esos plazos todo lo que seamos capaces para que no sean nuestros nietos, sino nuestros hijos los que puedan llegar a vislumbrar ese logro.  A por ello.




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