Carpeta de justicia

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El pasado jueves asistí a la conferencia de Ricardo Ruiz de la Serna sobre Código Penal y delitos de odio. Evidentemente, desde mi disciplina, la psicología, los matices que se le dan al contenido son distintos.

El hecho de que los episodios de carácter genocida ocurridos en España fueran desconocidos para la mayoría de los presentes, como la Prisión general de gitanos o Gran Redada, debería preocuparnos tanto como negar deliberadamente el Holocausto. Quien olvida su historia está condenada a repetirla. 

En todos y cada uno de los momentos en que se ha azuzado el odio contra un colectivo, mujeres, negros, gitanos, judíos, armenios, pobres, enfermos mentales, gays …el proceso social y psicológico que ha subyacido ha sido el mismo, por ello es fundamental hacer un ejercicio de reflexión, asunción y enmienda de los hechos que llevaron a ese punto.

Todas las minorías que en algún momento se han convertido en “chivos expiatorios” (curiosamente, expresión proveniente de un ritual hebreo), lo han sido en momentos de cambio y convulsión social, el hecho de focalizar las iras y las culpas en un colectivo, permite canalizar la frustración y “lavarse las manos” (continuando con metáforas judeo-cristianas) con respecto a la responsabilidad de lo que esté ocurriendo en la sociedad. Baste como ejemplo que, en los comienzos de la crisis, y aún hoy, no se echaba la culpa de la misma al estallido de la burbuja inmobiliaria si no a “los inmigrantes que nos quitaban el trabajo”.

La escalada de malestar en una sociedad sólo es frenada por la unánime elección de un chivo expiatorio al que se considera la causa del desorden. El sacrificio del chivo expiatorio pone fin a la crisis temporalmente por el hecho de que su elección es unánime. Y aquí hay que señalar dos culpabilidades distintas pero que ejercen de “condición sine qua non” la una de la otra, el dedo acusador y aquel que mira hacia otro lado. Cómplices necesarios.

Una de las grandes preguntas sobre el Holocausto es entender, cómo, si la población alemana sabía lo que estaba ocurriendo, por qué tan pocos ayudaron a evitarlo. Qué anestesió a todo un país para que mirara hacia otro lado y prosiguiera su vida, haciendo cómo que no ocurría nada.

Desde la Psicología puede explicarse, que no justificarse, este fenómeno. Se denomina “efecto espectador” o “efecto Genovese”. En 1964 Catherine Susan Genovese , murió asesinada por múltiples puñaladas después de haber sido agredida sexualmente, en un lapso de tiempo de casi hora y media. A posteriori se constató que 35 personas escucharon los gritos de socorro desde el primer momento, pero nadie llamó a la policía. Este hecho dio lugar a posteriores estudios sobre conducta altruista y conducta prosocial. Tras estas investigaciones se postuló el “efecto espectador” (J.M Darley y B. Latane 1968).

Una de las explicaciones de este fenómeno es que, cuando se sabe que más gente es consciente de lo que está ocurriendo, los observadores asumen que otro intervendrá y el resultado es que al final todos se abstienen de hacerlo. El grupo hace que se difumine la responsabilidad. Además, dado que los demás están haciendo exactamente lo mismo, la gente concluye de las reacciones de los demás, que la ayuda es innecesaria y que están haciendo lo correcto.

En el caso de que no hacer nada nos provoque malestar psicológico, vendrán en nuestra ayuda los mitos sobre la violencia o sobre el grupo social, que disminuirán notablemente la Disonancia Cognitiva (Festinger 1957).

En otras palabras, si nos sentimos mal por no hacer nada, podemos autojustificarnos recurriendo a algunas ideas muy extendidas, que acabarán por convencernos de que estamos actuando bien “los gitanos son todos delincuentes” “los moros son todos terroristas”, “seguro que han empezado ellos”, ”están gastando el dinero de nuestra seguridad social”….

El hombre no nace odiando, aprende a odiar, o a mostrarse indiferente ante lo que les ocurre a determinadas personas, que a su vez forman parte de determinados colectivos. Una de las cosas más terribles es tomar conciencia del fenómeno de los “less dead”, concepto acuñado por Egger, que explica cómo no reaccionamos igual ante la muerte de una prostituta o de un indigente, que ante la muerte de una niña. Aunque las circunstancias del delito sean absolutamente iguales, la indignación social es completamente diferente. ¿Por qué? Por que les consideramos, en parte, responsables de su propia desgracia. Victimas y culpables a la vez.

El concepto de “disciplina global” (Lorente 2001) explica como una persona que se sale de las “normas sociales vigentes” se enfrenta al “castigo” del grueso de la sociedad en forma de crítica, desvalorizaciones u ostracismo y por supuesto, se le culpabiliza parcialmente de lo que ocurre. 

En un momento de la Conferencia Ricardo habló de concienciar y sensibilizar, efectivamente, sin ello, nunca podremos desmontar a esa mayoría silenciosa que permite que los delitos de odio y la marginación, culpabilización y castigo social de muchos grupos sociales continúen perviviendo.

Actualmente nos encontramos ante una gran crisis humanitaria. Los campos de refugiados de Idomeni, Moria o Lesbos, entre otros, nos enfrentan a la tesitura de actuar y obligar a nuestros gobernantes a que actúen, o mirar hacia otro lado, mientras centenares de miles de seres humanos mueren ahogados, perecen por enfermedad o malviven en un remedo de los campos que acogieron a los republicanos españoles tras la Guerra Civil.

Podemos pensar que son árabes, son musulmanes, son sirios, son afganos, son el 11-M y el 7-J, son lapidadores de mujeres, asesinos de cristianos, no tenemos recursos sanitarios y sociales para todos, ellos tienen la culpa de lo que les ocurre y así hasta un largo etcétera de autojustificaciones… o que son personas, Ahmed, Fatma, Osman, Mariam… que están haciendo lo mismo que haríamos cada uno de nosotros si de pronto nuestro mundo se derrumbara y nuestras vidas corrieran peligro.

Hagamos lo que hagamos la Historia nos juzgará, ustedes eligen.

Todá rabá Ricardo por ser la voz de la tolerancia y defender a Azazel

 




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