El pensamiento crítico se define como la capacidad de analizar la información de manera objetiva y reflexiva, mientras que la complejidad se refiere a la naturaleza multidimensional y dinámica de los procesos cerebrales. Esta complejidad sugiere que la plasticidad cerebral es un fenómeno igualmente dinámico y multifacético.

Las neurociencias aplicadas al pensamiento crítico constituyen un campo de investigación en expansión que nos permite comprender mejor cómo funciona nuestro cerebro durante los procesos de pensamiento crítico. A través de esta comprensión, podemos desarrollar nuevas estrategias y técnicas que nos ayuden a mejorar nuestra capacidad de pensar críticamente y tomar decisiones informadas.

La complejidad del pensamiento crítico dentro de las neurociencias implica varios procesos cognitivos y emocionales interrelacionados, que abarcan desde el procesamiento de la información y el razonamiento hasta la toma de decisiones y la regulación emocional.

La investigación en este ámbito tiene importantes implicaciones para la práctica clínica y educativa, incluyendo el tratamiento y la rehabilitación de pacientes con lesiones cerebrales, así como el desarrollo de programas educativos efectivos. Las neurociencias han evidenciado que el pensamiento crítico es una habilidad cognitiva compleja que involucra múltiples áreas del cerebro. Comprender la neurobiología del pensamiento crítico puede ser clave para mejorar nuestra capacidad de evaluación de la información y la toma de decisiones informadas. Los programas de entrenamiento cognitivo también pueden ser efectivos para optimizar la función cognitiva y el pensamiento crítico.

En última instancia, la investigación en neurociencias puede ayudarnos a entender mejor el funcionamiento del cerebro humano y a mejorar nuestras habilidades de pensamiento crítico, permitiéndonos tomar decisiones informadas y objetivas en nuestra vida diaria. Se destaca la noción de la complejidad, según Caparros (2008), que señala representa un nuevo paradigma que desafía la hegemonía de la racionalidad occidental. Desde una perspectiva semántica, la complejidad se refiere a fenómenos compuestos por diversos elementos interrelacionados que, a través de estas relaciones, configuran un todo (pág.23).

Este concepto se aplica a la naturaleza multidimensional y dinámica de los procesos cerebrales, que involucran múltiples niveles de organización, desde las moléculas y células individuales hasta redes neuronales y sistemas cerebrales complejos. Las neurociencias han desarrollado herramientas y métodos, como la neuroimagen funcional, la electroencefalografía (EEG) y la magnetoencefalografía (MEG), para investigar esta complejidad en el cerebro.

Varios estudios han mostrado que la actividad cerebral presenta una dinámica compleja, caracterizada por fluctuaciones y cambios en la frecuencia y amplitud de las señales cerebrales. Estas fluctuaciones están asociadas con la integración y segregación de la información en diferentes redes cerebrales, lo que sugiere que la complejidad es una propiedad esencial de los procesos cerebrales.

Así, la complejidad y la plasticidad cerebral no solo son conceptos interrelacionados que enriquecen nuestra comprensión de los procesos cognitivos, sino que también enfatizan la necesidad de un enfoque holístico en el análisis de fenómenos. Al considerar estas ideas en conjunto, tal como propone Morín (1990), se hace evidente que cada experiencia y proceso mental está moldeado por una intrincada red de interacciones y eventos.

La Trasnscomplejidad, a su vez, invita a trascender estas interrelaciones, promoviendo una visión integradora que reconoce la diversidad de realidades y verdades. Este enfoque es especialmente relevante en campos como la educación y la investigación, donde entender la dinámica de lo complejo y lo Transcomplejo puede facilitar el desarrollo de prácticas que fomenten la adaptabilidad y el aprendizaje profundo, preparando a individuos y sociedades para navegar con éxito en un mundo caracterizado por su inherentemente cambiante y caótico paisaje