Ante este escenario, empresas, gobiernos e instituciones deben saber mostrarse, explicarse y reivindicarse, considerando el poder transformador de la realidad de cada uno de los factores arriba señalados. Y ahí está precisamente el quid de la cuestión: comunicar para dar respuestas efectivas a lo que está inquietando, retando o preocupando a la sociedad. Pero aquellas organizaciones que realmente deseen ser parte activa de la conversación saben bien cuáles son los mejores caminos de la comunicación en medio de un terreno siempre incierto.
Se habla de una tendencia ascendente a practicar una comunicación basada en principios éticos y responsables, que profundice en la transparencia para dar respuesta a las demandas de una sociedad que exige saber quién eres, qué haces, y por qué. Una comunicación que permita a la organización participar en los grandes debates apoyándose en su propia contribución a la mejora de su entorno, desde un propósito corporativo claro y auténtico que ofrezca referentes sólidos y creíbles a una ciudadanía desorientada. Una comunicación inclusiva que cede al interlocutor un papel protagonista, y que coloca a empresas y personas en un mismo nivel. Pero para que esta voluntad sea efectiva, es preciso trabajar para conocer cada día mejor el escenario donde la organización se desarrolla. Y avanzado este análisis permanente, será preciso utilizar los canales y formatos correctos para alcanzar a los públicos de interés.
“Ante este escenario, empresas, gobiernos e instituciones deben saber mostrarse, explicarse y reivindicarse, considerando el poder transformador de la realidad de cada uno de los factores arriba señalados.”
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Si bien se mira, no hay grandes cambios respecto a lo que ya ocurría en 2018. Lo que sí está sucediendo es que aumenta la brecha entre quienes se dan prisa por adaptar su comunicación al código y al contexto, y aquellos que aún dormitan en su viejo sueño de titulares de imprenta y que pronto despertarán, mirarán a su alrededor y descubrirán alarmados que ya no son nada.