Carpeta de justicia

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Parece una pregunta tan trillada a la que es difícil sacarle partido, sin embargo, como creer saber envejece y querer saber rejuvenece, vamos a ello y a ver que neurona «despertamos» hoy.

En el artículo anterior, explicaba que «Las personas somos una unidad, somos el mismo individuo en diferentes ámbitos de nuestra vida.»

Tal vez sepas que en el libro El Banquete, Platón trató el tema de la «unidad», dándole un sentido de armonía con uno mismo y con la naturaleza. Las buenas personas son personas que mantienen la coherencia entre su vida privada y pública.

Sin embargo, la «unidad», para otros autores como Sigmund Freud, supone una regresión, ya que los impulsos toman las riendas, las pasiones mandan en esa búsqueda de la unidad primordial. Y es un tipo de búsqueda que en vez de humanizarnos nos devuelve a un estado animal.

Cuando hice mi tesis doctoral estudié —para comprender como entendieron estas dos figuras el tema del génesis u origen de la violencia— el intercambio epistolar que mantuvieron pocos años antes de la segunda guerra mundial, Albert Einstein y Sigmund Freud.

A instancias de la Sociedad de Naciones a través del Comité permanent des Lettres et des Arts, Einstein escribe a Freud para formularle una de las preguntas más importantes que, a su juicio, debe plantearse la civilización: «¿hay una manera de liberar a los seres humanos de la fatalidad de la guerra?»

Einstein, preguntaba a Freud: «¿Cómo es posible que ese pequeño grupo pueda doblegar la voluntad de la mayoría, que tiene mucho que perder en un estado de guerra? Una respuesta obvia parece ser que la minoría, la clase dominante, controla las escuelas y la prensa, y por lo general también la Iglesia. Eso le permite organizar e influir en las emociones de las masas logrando manipularlas.»

 —a lo que Freud respondió: «Los conflictos de intereses entre el hombre y el hombre se resuelven, en principio, por el recurso de la violencia. Es lo mismo que en el reino animal, del que el hombre no puede reclamar la exclusión», queda claro que para Freud la crueldad es un atributo muy humano, sostenía: «Suponemos que los instintos del hombre son de dos clases: los que conservan y unifican, que llamamos eróticos o sexuales, y los que destruyen y matan, que asimilamos como agresivos o destructivos».

La palabra «individuo» debería emplearse más, debería ser de uso más corriente y aceptado, porque en realidad lo que viene a decirnos es que somos indivisibles.

El bien y el mal son inherentes al ser humano.

Según se ha publicado en la revista científica 'Science Daily, Especialistas de la Universidad de Exeter (Reino Unido) y la Universidad de Estocolmo (Suecia) han desarrollado un modelo que arroja luz sobre el tema.

La investigación permite entender de qué manera la bondad (o la maldad) puede ser influenciada por el instinto o por el entorno, es decir, el comportamiento de los individuos puede frecuentemente determinarse por un conjunto de tendencias genéticas heredadas que de forma exacta predicen las relaciones sociales y sus conexiones con otros miembros de la comunidad y con su entorno.

De acuerdo a estos estudios, normalmente nuestro comportamiento «es flexible y basamos lo que necesitamos hacer en lo que vemos al procesar la información sobre el entorno», sin embargo, «algunas especies durante sus actividades confían en las instrucciones heredadas», lo que permite concluir en que la mayoría de las personas son propensas genéticamente a comportarse «de forma diferente según las variantes genéticas con las que nacieron».

Como se advierte la respuesta final no es del todo categórica. 

Me gusta pensar, apoyándome en la neurociencia, que las experiencias tempranas, crianza, contexto social y educativo, etc., podrían alimentar esta predisposición o tendencia natural hacia la bondad, e incluso propiciar la adquisición de la capacidad de adaptación al entorno, en definitiva, las personas respondemos a la predisposición genética o tendencia innata de ser buenas personas.

Quiero reconocer a un puñado de colaboradores, algunos de ellos ya son socios del Club de las Buenas Personas, que nos ayudan en el desarrollo de #BuenasPersonas: Cuauhtémoc Sánchez (México), Verónica Deambrogio (España), Marina Rodríguez (Argentina), María Antonia Rojo (Argentina), Felipe Valdovinos Olazagasti (México), Amparo Quintana (España), Darío Nájera (México), Joaquín García González (España) y José Antonio Veiga Olivares (España),

Lo que me lleva a la siguiente pregunta: «¿Las buenas personas se pueden cansar de serlo?»… ya sabes, la respuesta la próxima semana.




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