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El 3 de agosto de 1851. Manuel Cortina y Arenzana, a la sazón decano del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid -lo fue durante 32 años ininterrumpidamente- expone por primera vez a la Junta de gobierno la idea de crear un espacio destinado a la formación de los abogados, “para su mejor instrucción”: lugar destinado al conocimiento y al encuentro entre los abogados. El Casino de los Jurisconsultos sugirió llamarlo, denominación que no hizo fortuna. Un año después, en 1852, abrirá sus puertas la Casa del Colegio en la Calle Concepción Jerónima, número 7, contando entre sus instalaciones con una pequeña biblioteca formada por 2.261 libros donados en parte por el propio Cortina, y los colegiados de la época.

 

Más de 165 años han trascurrido desde la calle de Concepción Jerónima 7 a la de Serrano 9, actual emplazamiento y sede de la corporación de la Abogacía madrileña. Pero si algo ha permanecido inalterable en la azarosa vida colegial, sometida a los vaivenes de la historia de la propia sociedad, ha sido el “espíritu fundacional” de servicio a los colegiados y colegiadas madrileñas: la ayuda en la formación y el desempeño profesional de los abogados, instituido por Cortina a mediados del siglo XIX. La Biblioteca ha continuado su devenir acompañando a miles de profesionales que han pasado por sus instalaciones en busca del conocimiento jurídico, los comentarios a las leyes, la doctrina, el formulario, la sentencia necesaria que lleva a buen puerto sus litigios…

Las sucesivas juntas de gobierno que desde finales del pasado siglo han regido la vida de la Corporación se han ocupado con interés de la biblioteca colegial, dotándola de los medios necesarios para llevar a cabo la tarea que tiene encomendada. En 1992 se sustituyeron los ficheros de tarjetas perforadas por ordenadores, dando así lugar a una embrionaria pero eficaz informatización. Fue en la primera junta de Luis Martí Mingarro como decano de la corporación.

La irrupción de las nuevas tecnologías de la información se hizo patente con la adquisición de un sistema integral de gestión bibliotecaria, poniendo a disposición de los colegiados el primer catálogo automatizado, la llegada de las primeras bases de datos jurídicas en soportes físicos -luego a través de Internet- que acabarían con el tiempo desterrando a los venerables tomos que en su día impulsara Manuel Aranzadi.

La irrupción de Internet a principios del presente siglo se concretará en la creación de la Biblioteca electrónica bajo el mandato de la decana Gumpert Melgosa. Paralelamente, en estos años se ha llevado a cabo la digitalización de parte del Fondo Antiguo, así como del Archivo Histórico, ambas iniciadas en el decanato de Antonio Hernández-Gil, y culminadas, especialmente por lo que respecta al Archivo, también bajo el decanato de Sonia Gumpert.

La Biblioteca del ICAM es hoy un espacio moderno para la prestación de servicios, que no abjura de su pasado, que en palabras de nuestro decano, José María Alonso, pertenece a “un Colegio orientado al siglo XXI, capaz de afrontar los difíciles retos a los que la abogacía se enfrenta, que no son menores y que en muchas ocasiones no somos capaces de identificar”.

Es en esa tarea donde la Biblioteca de los abogados y las abogadas se convierte en un instrumento útil y necesario poniendo a disposición de sus usuarios todos sus recursos. Casi 900.000 documentos consultados en 2017 sobre las distintas bases disponibles, más de 23.000 préstamos de libros (casi la mitad de ellos electrónicos), cerca de 10.000 consultas procesales y 6.000 documentales, sólo el pasado año, avalan su trayectoria.

Nuevos retos y propuestas de servicio verán la luz en esta legislatura, y permitirán gestionar el conocimiento acumulado contribuyendo -cito de nuevo a nuestro decano- a hacer “un Colegio fuerte, regido por los principios de excelencia, de transparencia, de eficacia y de ética”, vitales en el funcionamiento de nuestro ‘casino de jurisconsultos’.




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