En las últimas semanas todos los medios de comunicación y, especialmente, los medios jurídicos hemos recogido un sinfín de noticias sobre despachos y abogados españoles que aparecían seleccionados en uno de los rankings abogados más importantes del mundo.
Aparentemente, estar en un ranking donde hay un criterio selectivo es una buena noticia para cualquier abogado. En principio, es el reconocimiento del trabajo bien hecho, del éxito y, principalmente, de una valoración positiva por parte de los clientes.
Teóricamente, un ranking se elabora a partir de las informaciones que la empresa que lo emite tiene capacidad de acceder y de los criterios que establece para definir quien se incluye y en qué posición.
Vinimos en una sociedad de rankings. Los rankings dan posición, prestigio, reconocimiento… siempre y cuando quien los emita lo haga con objetividad, trasparencia y criterios honestos.
Esta semana, leía en uno de los blogs americanos de marketing jurídico el siguiente post Those Stupid Superlative Lawyer Lists firmado por Ross Fishman, CEO de Fishman Marketing, una consultora americana de marketing para abogados.
El artículo es una crítica constante a los directorios de abogados, no en vano, como todo, hay que tomarlo con la cautela de que la crítica la hace un competidor a los directorios, pero al mismo tiempo ilustra lo que puede ser un directorio que transgrede la frontera de lo real, de los criterios de selección de abogados por sus méritos y se focaliza en la vanidad de los profesionales.
El post comienza con una cita real (según el autor) del propietario de una de los directorios: “Estoy vendiendo ego a los abogados, Ross. Voy a hacer una fortuna”. Ross Fishman aclara que calculço mal, que no hizo una fortuna, hizo diez.
¿Ustedes que opinan? Les invito a participar en el debate dejando sus comentarios.