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Sin igualdad no hay justicia, ni democracia. Pero la realidad es que aún existen techos no franqueados por las mujeres en casi todos los sectores de la sociedad. Resulta inexplicable que el género determine las oportunidades profesionales y que todavía sea escasa, comparativamente, la presencia de mujeres en puestos de responsabilidad.

La brecha salarial por motivo de género sigue siendo importante y queda mucho trabajo pendiente en educación en igualdad para eliminar la terrible lacra que supone la violencia de género. Siguen existiendo formas de expresión y actitudes contrarias a la deseada “neutralidad” que se perciben con excesiva naturalidad y que es necesario cambiar. Es una tarea de todos, porque la igualdad es responsabilidad de hombres y mujeres.

El Derecho es una herramienta para la igualdad y la Abogacía tiene la obligación de participar activamente en la consecución de este objetivo. En la segunda década del siglo XX, las mujeres dieron sus primeros pasos como abogadas. En 1922, Mª Ascensión Chirivella fue la primera mujer que se incorporó a un Colegio de Abogados: el de Valencia. En 1928 eran cinco las mujeres abogadas en toda España, dos de ellas navarras. Ese año, Clara Campoamor decía en un artículo de la revista “Estampa”: “los Colegios de abogados... han hecho a la mujer la justicia de abrirle este camino, el más acerado y espinoso del derecho…y la mujer, sin gran esfuerzo, trata de mostrarse digna de esta distinción de nuestros Colegios...”

En ese mismo artículo, Victoria Kent señalaba: “...la mujer tendrá en todas las profesiones lo que quiera y pueda llevar sobre sus hombros, hablar de cultura propia de la mujer y de profesiones propias de la mujer es para mí un lenguaje intraducible, sin sentido. La vida es una…trabajo, competencia, cultura, paz, no creo que sea otro el problema de hombres y mujeres”.

Ha pasado mucho tiempo desde que el periódico ”La voz de Navarra” publicase un artículo sobre la primera mujer abogada incorporada al Colegio de Pamplona. En ese mismo año 1928 se hablaba de ella, de María Lacunza, describiéndola como “damita gentil”, “bella señorita”, “muchacha bella, joven y estudiosa”, o, por último, “mujer que sabe triunfar por su propio esfuerzo”. Una mujer en los Tribunales, Notarías, Registros, resultaba algo sorprendente, lo que explica estas expresiones en las que no se aludía a su profesionalidad. Pagó alto precio por sus decisiones, pero las personas valientes suelen tener cicatrices.

Obviamente, ha existido un avance importante desde aquellos primeros momentos. La progresión es positiva, pero lenta. Hoy la incorporación de las mujeres al mundo de la Justicia en general y, específicamente, a la Abogacía es una realidad en crecimiento. En 1928 eran cinco. Hoy las mujeres alcanzan el 44% del número total de los abogados colegiados y al frente del Consejo General se encuentra una mujer. La Abogacía joven es mayoritariamente femenina.

A nadie le extraña ya ver a una mujer vestir una toga, como abogada, juzgadora o fiscal. Pero, a pesar de los avances sustanciales, resulta más infrecuente su presencia en esferas de mayor representatividad. 

Es necesario dejar atrás los convencionalismos y desoír esos mensajes que nos acercan a situaciones asociadas a un pasado que hemos de superar. Por una cuestión de lógica e incluso de egoísmo como sociedad, no podemos desperdiciar la inteligencia ni el talento. Necesitamos personas, hombres y mujeres, que aporten perspectivas complementarias, trabajo e ilusión. Apostar por la inclusión.




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