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Milagros Calvo ha donado su toga al museo del Alto Tribuna

El Tribunal Supremo ha homenajeado muy merecidamente a Milagros Calvo, que fue la primera mujer en ser nombrada magistrada del Tribunal Supremo allá por el año 2002. Y leo que la magistrada Calvo ha donado su toga al museo del Alto Tribunal; una toga que dejó de utilizar en 2019, cuando se jubiló. 

Poca gente sabe que la tradición marca que los jueces, los fiscales, los abogados o los procuradores únicamente puedan tener una sola toga durante toda su carrera profesional.

Cuando yo era un simple aprendiz de abogado, en una de las primeras ocasiones en las que tuve que ir al juzgado (y ponerme la toga) una procuradora me contó una anécdota: ella tenía una toga estupenda que le había hecho a medida una tía suya que era modista. Era su toga; hasta que se la robaron. Le habían robado su toga en la sala de procuradores, incluso a pesar de que llevaba sus iniciales bordadas.

En aquel fatídico momento en el que se dio cuenta de que había perdido su toga, lógicamente ella maldijo, insultó y gritó muy indignada; ante lo que alguien que estaba allí le dijo: «pues ya no te puedes comprar otra, porque la segunda toga es la mortaja».

Efectivamente: eso dice la tradición. Tienes que tener una toga. Pero solamente una. Y esa es tu toga para siempre, al menos mientras estés vivo. Porque cuando ya no estés vivo, sí se permite estrenar. En tu testamento has de encargar que tus herederos compren una nueva toga y amortajarte con ella.

 

Aquello sonaba a broma luctuosa, pero era cierto. Tan cierto como que yo le conté aquella anécdota entre risas a mi padre –que precisamente no es ni juez ni abogado– y fue él quien me confirmó que esa tradición es muy real. Mi padre había sido albacea testamentario de un amigo suyo que era abogado, y tuvo que cumplir con un encargo que el amigo dejó claramente indicado en su testamento: comprar una toga nuevecita para que le enterrasen con ella puesta.

Personalmente yo no tengo toga propia. Nunca me compré una, y siempre he evitado que nadie me haga ese regalo. Y es que recelo de la posibilidad de que me roben mi toga, como le pasó a aquella procuradora, y entonces tener que decidir si estoy dispuesto a comprarme otra… asumiendo que estaré poniéndome todos los días la misma prenda con la que después me tendrán que amortajar: la segunda toga.

Aunque siempre he sido uno de esos abogados que acude a la sala de togas cuando llega al Juzgado para coger una prestada al Colegio de Abogados, después de ver el homenaje a Milagros Calvo, debo reconocer que ahora tengo un incentivo para hacerme con mi primera –y única en vida– toga: aspirar a que la expongan en el hall of fame del Tribunal Supremo si alcanzase yo el nivel de los más ilustres juristas; igual que cuando en la NBA retiran la camiseta con el número de un jugador que pasa a ser legendario para su equipo.

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