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Rara vez asociamos el ejercicio de la profesión de abogado laboralista a la posibilidad de generar situaciones de riesgo para la integridad física. Sin embargo, en alguna que otra ocasión he pasado auténtico miedo ante conductas de determinados contrarios que no distinguen entre el cliente que supuestamente es la causa de todos sus males y su abogado. Y ojo que no pretendo justificar, tampoco, ningún tipo de actitud violenta contra el supuesto causante de los males en cuestión.

La vez que peor lo pasé fue una en la que acabamos saliendo del Juzgado escoltados por la Policía Nacional, tras un pleito que afectaba a más de cien trabajadores a los que no les hizo ninguna gracia quedarse sin trabajo.

En aquella ocasión fueron las fuerzas del orden quienes nos protegieron. Pero en la ocasión que ahora me ocupa, el actor, era un policía local. Un armario de hombre. Ya en la antesala del juicio mostró una actitud prepotente y airada bastante fuera de lugar. Su abogado, un compañero al que conozco de hace muchos años pero con el que no suelo empatizar demasiado, se mostraba incómodo por tener que defender al personaje en cuestión.

Entramos en Sala y celebramos el juicio. Mi compañero llevó a cabo una excelente defensa y yo hice mi papel como pude, porque ya de entrada, no lo tenía nada fácil. Aportaron además de testigo, al sargento de la policía local del lugar que no tuvo ningún pudor en decir lo que fuese necesario para favorecer a su compañero, fuese o no verdad.

Parece que cuanto dije en el curso del juicio, no gustó al demandante, porque salió de la Sala echando mil pestes contra mí, aunque sin dirigírseme directamente.

Sali del Juzgado y me fui a buscar el coche al parking de pago en el que lo había dejado. Me dirijo al cajero automático para pagar y me encuentro cara a cara con el actor . El personaje en cuestión (recuerdo que era un armario de hombre…), se me encara y me empieza a increpar, llegando, incluso, a insultarme. Me quedé paralizado, sin saber como reaccionar. Él seguía y yo empecé a temer realmente por mi integridad física. Estábamos los dos solos en el lugar y le era fácil propinarme un par de mamporros sin testigos presenciales. Mentalmente, empecé a prepararme para lo peor, sin conseguir articular palabra ni atreverme a hacer movimiento alguno. Y en estas estábamos cuando apareció mi ángel de la guarda en forma del compañero con el que no suelo empatizar demasiado. Me salvó, no se si la vida, pero si de una buena. Cogió al “armario” por el brazo y se lo llevó del lugar insistiéndole en que yo sólo me había limitado a hacer mi trabajo. Mi agradecimiento al colega, no tiene límite. Seguramente seguiremos siendo antagónicos en muchas cosas, pero estuvo algo más que a la altura en este caso y esto no se olvida ni lo olvidaré nunca.

Es curioso observar lo mal que lo llevan algunas personas que están acostumbradas a ejercer la autoridad, cuando les toca ejercer de mortal como los demás.




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