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Un día hábil cualquiera en la Ciudad Judicial. Antes de que abran las puertas al público, se aprecia ya un trasiego importante de personas de toda condición y color. Es el momento de los encuentros: Móvil en mano, abogados llamando a clientes que se han perdido por ahí, clientes que no encuentran al abogado, testigos despistados que no saben ni con quien tienen que encontrarse y el largo y variopinto etcétera de cada mañana…

Poco a poco, unos y otros van confluyendo en las inmediaciones de la sede judicial y casi que por unanimidad, sin que haya mediado acuerdo previo, los recién encontrados, una vez saludados, ocupan la totalidad de las mesas y sillas del bar más cercano a la sede judicial y si éste está lleno, las del siguiente en cercanía. Asistimos entonces a un fenómeno único y exclusivo de la práctica judicial forense de cada día: Los “cafeses”, infusiones, cruasanes y similares, se mezclan con los papeles y empiezan a oírse frases como la de que “.. mira, te voy a preguntar…” o “… ni se te ocurra decir…” o “… este es el documento aquél que me decías, ¿no?...”, esto si, tratando de que no te oigan los de tres mesas más allá, que resulta que son los contrarios en el juicio que va a empezar en cero coma…

Prisas, nervios, malentendidos, bien entendidos, incomprensiones, empatías y rabias contenidas fluyen e inundan el ambiente del local. Poco a poco se van aclarando cosas o empiezan a vérsele las orejas al lobo. Y llega el gran momento: “…Vamos entrando ya, no sea que nos tengan por incomparecidos…”.

Aquella mesa del bar, con sus sillas, es ocupada de inmediato por otro grupo de gente que va a lo mismo y que repite la historia. Una y otra vez a lo largo de la mañana. La dinámica sólo se ve alterada por el Juez que baja un momento a meterse un café el cuerpo, después de llevar tropecientos juicios seguidos sin parar. Lo mismo algunos funcionarios, cuando les toca por riguroso turno bajar a desayunar. Y ya en menor cuantía, aparecen al final, los que no han tenido bastante y repiten después del juicio. Ahora ya para la birra del mediodía.

A partir de las anteriores constataciones, no puedo más que reivindicar que el “bar que está al lado o enfrente del Juzgado”, sea considerado ya mismo un operador judicial más. Su función social es incuestionable y además, imprescindible. Un juicio, no sería lo mismo si no existiera esta magnífica figura. Alguien debería promover la declaración de esta institución como patrimonio inmaterial de la humanidad.




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