“Nuestra hipótesis es que el futuro pertenece a los abogados con mayor capacidad de análisis, trabajo en equipo, espíritu práctico, y habilidad para resolver problemas”.
La crisis sanitaria del COVID-19 ha cambiado nuestra realidad. Industria, servicios, y negocios en general, han sufrido retrocesos, mientras se ha asistido al “boom” de algunas actividades, como fabricación de material sanitario, teleconferencias, o el “periodismo de pandemia”. Algunos de los artículos sobre “los efectos del COVID” ofrecen ideas medidas y meditadas; otros sustituyen la reflexión por un vocabulario abstruso y repetitivo, digno de un “COVID bingo”, y confunden conjetura, realidad e hipótesis.
Esta columna intenta distinguir las tres, desde el punto de vista privilegiado que puede tener quien es parte de un programa de derecho internacional que se nutre de las mejores visiones profesionales en el área.
La primera conjetura apunta a la total deslocalización de la actividad. La realidad es que la pandemia ha impulsado el teletrabajo, desacreditado la cultura del “presentismo”, y forzado fórmulas imaginativas para rotar la presencia de abogados en despachos. Se ha demostrado, sin embargo, que el trato directo construye equipos, nutre las relaciones mentor-junior, y favorece las ideas felices, que permiten ganar un litigio, o cerrar una operación. La hipótesis es que el éxito o fracaso residirá en la capacidad de las firmas, a través de sus abogados más senior, de potenciar la cohesión de equipos más incluso que la gestión de proyectos.
La segunda conjetura es que el menor presentismo mejora la eficiencia, y minimiza las reuniones inútiles. La realidad es que muchas firmas se han visto aquejadas de “reunionitis”, no por motivos de eficiencia, sino porque, siendo más fácil organizar reuniones, los clientes tienen mayor incentivo para pedirlas, y los abogados, menor incentivo para negarse. La hipótesis es que las firmas triunfadoras serán las que consigan educar mejor a sus clientes, y así racionalizar el flujo de trabajo.
La tercera conjetura es que el post-COVID traerá la total digitalización y la generalización de la Inteligencia Artificial (IA). La realidad es que el avance más claro propiciado por la pandemia ha sido en materia de firma electrónica de documentos, algo ya disponible desde los primeros años 2000, lo que, más bien, evidencia la reticencia del sector a abandonar procesos tradicionales. La inversión en automatización e IA es muy anterior al COVID, y la hipótesis es que continuará inexorablemente, pero sujeta a su capacidad de ofrecer resultados sólidos y tangibles.
La cuarta conjetura apunta al auge de un “Derecho flexible”, permeado por la fuerza mayor y la excesiva onerosidad. La realidad es que estas ideas han sufrido un “revival”, pero es pronto para afirmar su permanencia. Hasta ahora, han afectado más a operaciones pequeñas y medianas, entre la fase de cierre y de firma. Las operaciones mayores, e inercia también mayor, y/o en estadio avanzado, han seguido su curso; aquellas en un estadio más preliminar, se han paralizado, reanudándose con el relajamiento de las restricciones, y pudiendo interrumpirse de nuevo en el futuro próximo. Más inadvertida (pese a ser más importante) ha pasado la entrada en vigor de normas como el Reglamento Europeo 2020/452 sobre control administrativo de la inversión extranjera directa (en la Unión Europea). Aunque instrumentos como el CIFIUS americano no son nuevos, este es un paso decisivo, y refuerza la hipótesis de que la mayor intervención estatal en operaciones transfronterizas es una tendencia más estable que la modificación radical de doctrinas del Derecho Privado.
Por tanto, hay cambios en la abogacía internacional causados, acelerados, y ajenos al COVID. Conjeturar sobre ellos es entretenido; no siempre útil, y necesitado de humildad. El futuro es desconocido, y las opiniones radicales merecen un saludable escepticismo, especialmente si el opinador afirma tener la solución mágica a problemas imaginados. Dentro de esto, hay tendencias claras: avanzaremos en descentralización, digitalización e IA (con o sin pandemia), y aprenderemos a vivir con el mayor recelo estatal hacia el comercio y las operaciones transfronterizas.
Con todo, el Derecho seguirá siendo una herramienta humana, y la de abogado una profesión de confianza. Por eso, aunque los abogados internacionales, y los programas que los formamos, debamos adaptarnos a los cambios, nuestra hipótesis es que el futuro pertenece a los abogados con mayor capacidad de análisis, trabajo en equipo, espíritu práctico, y habilidad para resolver problemas. Por fortuna, estas no son circunstancias sujetas a crisis ni pandemias.
* David Ramos Muñoz es profesor de Derecho Mercantil en la Universidad Carlos III de Madrid, donde codirige el Máster en Abogacía Internacional. También es profesor y colaborador en la Universidad de Bolonia y coordinador de la competición internacional de Arbitraje y Derecho Mercantil Moot Madrid.
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