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La semana pasada dedicaba mi columna a la conocida actuación de Rubiales y a las implicaciones jurídicas de la misma. Pero ahora quiero destacar el maridaje entre algunas autoridades y deportistas (en especial en el fútbol), y los regímenes tiránicos que quieren ganar respetabilidad a golpe de talonario. Si el 5 por ciento de la legítima indignación generada por la actuación del presidente de la RFEF, se hubiera dedicado a rechazar estas operaciones de maquillaje internacional de Arabia Saudí y otros estados similares, la noble causa de los derechos humanos hubiera dado un paso gigante. Pero no ha sido así. Los rostros de las mujeres oprimidas, de los inmigrantes, opositores o de las personas masacradas en Yemen, ceden ante la corrupción de los sentimientos morales de las grandes estrellas que, fichando con los clubs de la Pro League de Arabia Saudí, pierden una oportunidad de oro para, mediante su rechazo, dar una bofetada a quienes piensan que todo se puede comprar. Pero no solo es la codicia de algunos futbolistas, es la falta de principios de la RFEF con la Supercopa de España con sede en Arabia Saudí (y en la época Villar, el partido de La Roja en Guinea Ecuatorial) o la de la FIFA con la Copa Mundial de Fútbol de 2022 en Qatar.

La coalición liderada por Arabia Saudí bombardea sin piedad a miles de civiles en Yemen (por cierto, España vendió armas al gobierno saudí por valor de unos 725 millones de euros desde 2003 a 2014), decapita a centenares de personas por actos que en nuestro entorno son derechos básicos, y el rey emérito no dudaba en llamar “hermano” al rey saudí o a visitarlo con frecuencia en su lujosa villa de Marbella. Les podrían preguntar a estos jugadores si les importan las mujeres sometidas a intolerables limitaciones a sus derechos, los que sufren latigazos y cárcel por ejercer la libertad de expresión, los que profesan otras religiones o el que tenga el atrevimiento de incurrir en el delito de apostasía, penado con la muerte. Y conviene no olvidar que, según Günter Meyer, director del Centro para la Investigación sobre el Mundo Árabe de la Universidad de Maguncia, la fuente más importante de financiación del Estado Islámico proviene de los países del golfo Pérsico, sobre todo de Arabia Saudita, pero también de Catar, Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos.

Y todos nosotros, espectadores, deberíamos mostrar nuestra repulsa, pero por desgracia los pobres, los perseguidos, se disipan ante el espectáculo, que podría ser igual de brillante y estimulante, pero además adornado de mínimos morales que nos dignifiquen. Este despropósito se nutre de un sistema socioeconómico profundamente injusto, al que le sobra todos los resortes racionales de garantía de los derechos humanos y de la equidad social, nacional e internacional. Resultado: la disposición de muchos a idolatrar a los ricos y poderosos y a despreciar o ignorar a los humildes, creando un mundo despiadado de donde nada bueno puede salir para la gente decente.




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