En su lucha contra el individuo, la sociedad tiene tres armas: ley, opinión pública y conciencia.
William Somerset Maugham.
-¿Dónde te ves dentro de cinco años?-me preguntaron en una entrevista de trabajo y en un arrebato de sinceridad contesté, -No sé pero me veo practicando solidaridad y ayudando en el mundo laboral al que no sabe o no puede defenderse por sí solo.- La entrevistadora me miró fijamente a los ojos y después de una pausa eterna me dijo:- Muy idealista te ha quedado eso ¿no?
Las causas sociales son la razón de ser de la pureza humana y en el mundo del trabajo, estas causas residen en los trabajadores a través de las organizaciones sindicales o al menos así debería ser.
¿Cuál es la función social principal de un sindicato?
Y de eso se trata, de identificar la función social de los sindicatos de hoy. A mi juicio, queda prácticamente definida en las conquistas de derechos sociales a lo largo del siglo pasado y finales del anterior. Lo más difícil ya estaba encarrilado. Hasta principios de este siglo era incuestionable esta función como también lo eran las dificultades para organizarse y asociarse que entrañaba esa época. Hacer sindicalismo ahora es mucho más placentero que antes.
No podemos olvidar de dónde venimos para mantener la bitácora de nuestro cierto destino. En ese sentido, es complicado repensar un sindicalismo desprendido de su origen anarco-político.
Estamos ante una realidad antitética porque, de un lado, los sindicatos buscan financiación ajena en los procesos de reestructuración empresariales, o en los de formación, o asesoramientos especiales, dada la baja afiliación que oscila entre apenas el 10% y el 15% (de las más bajas de la OCDE) y de otro, quienes financian a los trabajadores no afiliados son los propios trabajadores cotizantes en virtud de las cuotas de asociación.
Ya a finales del siglo pasado, el turnismo político de este país provocó una nueva idiosincrasia camaleónica de los dos grandes sindicatos para adaptarse al medio de turno. Puede que esto haya sido necesario por las coyunturas políticas pero creo que se ha vuelto en contra de las propias organizaciones sindicales y de la razón de ser del sindicalismo.
La crisis económica y financiera que estamos atravesando, mucho peor en cuanto a los efectos devastadores, que las conocidas contemporáneas hasta la fecha (Crack del 1929, 2ª República, Posguerra, del petróleo de 1973 o la de 1992/93...), lo es también de valores y en esto TODOS deberíamos hacer autocrítica.
Nuestro modelo sindical y el nivel de afiliación
Este país necesita otro modelo sindical, posiblemente basado en la asociación de trabajadores desde las bases, de abajo a arriba pero estas fórmulas no están inventadas en la práctica, no son conocidas ya que la historia nos dice que las estructuras sindicales, por un efecto endogámico de crecimiento, se retroalimentan exclusivamente en la cúspide de una pirámide deformada y anacrónica.
No nos asustemos porque el modelo sea tan rígido ya que nuestras imperfecciones vienen dadas por los vestigios del régimen de la dictadura franquista.
Hoy es más necesario que nunca que los sindicatos dispongan de libertad económica porque solo así conseguiremos la libertad sindical. Para ello, debemos traspasar los límites marcados por un sistema arcaico y despojarnos de los topes establecidos por la propia Ley Orgánica de Libertad Sindical, ley que desincentiva precisamente la afiliación.
Así, un modelo sindical, el español, que ha optado por el doble canal de representación en virtud del cual el que no se afilia está protegido por el convenio colectivo y representado por el comité de empresa, vote o no, lo que hace es desmotivar al trabajador en su decisión de afiliarse, pero insisto, nuestro modelo es éste y no el de la Europa del Norte.
Y ahora sí, cabría decir que en estas circunstancias, el afiliado a un sindicato en España, por definición, es un heroico porque pagar una cuota mensual por tener el mismo nivel de protección que si no se afiliara no deja de ser una virtud en los tiempos que corren, con excepción de los liberados que tienen como centro de trabajo el sindicato y/o aquellos aventajados que se promocionan desde las estructuras sindicales. Estas anomalías nos llevan a un estado de cosas en que la escasa afiliación se nutre principalmente por los trabajadores más precarios que cuando regularizan su situación abandonan su condición de afiliados así como por trabajadores que acuden al sindicato buscando un servicio determinado (asesoría y representación jurídica) para un determinado supuesto y finalmente, por aquellos que moran en las estructuras sindicales como liberados.
Sinceramente, creo que la solución a los males más acuciantes de los sindicatos pasa por cambiar de modelo sindical, poner de una vez por todas, a sindicatos y partidos políticos, al mismo nivel de relevancia porque, de facto, solo lo están en la teoría constitucional. No estaría de más que los partidos políticos neoliberales se tomaran la arquitectura de nuestro sistema de relaciones laborales y de Negociación Colectiva como una cuestión de Estado , y más allá de sus idearios, respetaran un mismo modelo, gobierne quien gobierne, despojándonos de las modas actuales de demonizar al sindicalismo, estigmatizando a dichas instituciones tildándolas ante la sociedad de subsidiadas , subvencionadas, cuando estos mismos partidos políticos reciben por el mismo concepto cuantías mucho más sustanciales y no se les piden cuentas, más allá de esas auditorias de mentira.
No podemos obviar otra cuestión. Hemos pasado de tener sindicatos tradicionalmente de clase que se implicaban en las condiciones de vida de las personas a atomizarnos con sindicatos corporativos y de derechas, valga la redundancia. Y si los primeros mimetizan a unos partidos políticos, los segundos, lo hacen con otros.
Ahora que nacen partidos políticos como rosquillas de colores; morados, naranjas, azules, rojos, por un ejercicio de sinonimia, también se procrean sindicatos amarillos, naranjas... que vienen a ocupar el lugar fragmentado que el propio sindicalismo de clase ha construido con su desidia y gula de poder y vanidad.
Estos nuevos sindicatos establecen un nuevo paradigma y para defender a unos, los suyos, abandonan y fagocitan a otros, los que no le son propios, ese es el nuevo sindicalismo que viene a relevar al bisindicalismo actual.
A los sindicatos no les valen los programas y soluciones de antes, necesitan ir más allá de la realidad laboral, porque la explotación en todos los planos está traspasando los límites de lo conocido. Pero al final de todas las reflexiones nos hacemos una pregunta simple, ¿por qué se les siente tan lejos cuando a la vez los necesitamos tanto?
La realidad aplastante es que todos somos responsables de que hoy no exista alternativa, no exista contrapoder sindical con las garantías sólidas que aseguren la regeneración de ideas. Estamos ante una verdadera situación de emergencia, de empobrecimiento, jibarización y despersonalización del trabajador, de la minimización del contenido de los puestos de trabajo, pero...nuestras cuitas son las que son...
Se ha generado una brecha generacional sindical de un daño incalculable. ¿Qué es hoy la clase obrera, existe aún? En una sociedad tan fragmentada laboralmente y globalizada a todos los niveles es difícil usar la terminología tradicional.
Debemos atraer a las nuevas generaciones con formación e ideas, debemos situar a los sindicatos en el contexto económico social actual, recuperar la economía en las rentas, el sindicalismo con mayúsculas, en la sociedad del conocimiento, en las universidades, como algo que trascienda a un simple concepto y dé paso a una nueva realidad sindical que aporte soluciones a los nuevos tiempos, a las nuevas realidades productivas.
Pero no podemos rasgarnos las vestiduras, los convenios colectivos son erga omnes, de eficacia general, frente a todos y debe seguir siendo así, lo contrario sería pensar en una España que con niveles de afiliación del 12% protegiera solamente a sus afiliados y todo por un sistema arcaico y desproporcionado que propugnara una negociación colectiva de eficacia limitada, para entendernos, un club de socios.
No, los trabajadores no afiliados no tienen la culpa de nuestra incultura y de los defectos de nuestro modelo.
Este modelo, el que existe, protege la libertad sindical positiva y la negativa, la de crear sindicatos y la de no afiliarse, ambas dos. Parte de la solución podría pasar por legislar en este sentido, así, igual que los comuneros de una comunidad de vecinos están vinculados por la ley de propiedad horizontal, los trabajadores de una empresa estarían obligados a afiliarse si quisieran obtener tal protección, pero esto rompería frontalmente con nuestro modelo actual.
LA EUROPA MEDITERRÁNEA VS EUROPA NÓRDICA. RIGIDEZ VS FLEXIGURIDAD
Reconozcámoslo, el modelo sindical mediterráneo está de capa caída mientras el modelo escandinavo sigue en auge. Si queremos independencia y mayor transparencia, debemos cambiar aspectos nucleares del nuestro. En un mundo globalizado, los sindicatos deben tener autonomía para financiarse por medio de su capacidad a través de los servicios que ofrezcan y por supuesto, de las cuotas de sus afiliados.
Así, por ejemplo, a los niños que nacen en países como Dinamarca se les afilia a un sindicato porque solo así podrán recibir en un futuro todo tipo de servicios (clubes deportivos, actividades culturales, campamentos, cursos, etc...) por los que el propio sindicato recibirá fondos para financiar estas actividades a través de las cuales se irá implicando en la sociedad.
La afiliación en Dinamarca ronda el 80% y ese sí que es un poder de negociación.
¿Vemos las diferencias a grandes rasgos?
Mientras que en Suecia o Dinamarca, los sindicatos rozan la plena afiliación, se implican en la sociedad y gozan de independencia y prestigio, en países como Italia, Portugal o España, los sindicatos tienen una gran carga ideológica, carga que les lleva a la dualidad/confrontación con los poderes fácticos y/o políticos, en una relación de amor/odio que les priva de independencia, mitiga su autonomía y soslaya el prestigio.
Pero es que además es lógico pensar que si un sindicato determinado tiene una ideología determinada y afín a un sector político definido, lo que está es limitando su capacidad de afiliación a una mínima parte de ese sector. Esto nos lleva irremediablemente a depender de los fondos públicos y a su vez justifica el desprestigio y la escasa afiliación.
Entonces... ¿de aquellos barros estos lodos...?
Es decir, que en esta espiral, volvemos a la polémica de las subvenciones públicas a los sindicatos y lo hacemos para evidenciar que, por ejemplo, en España, los sindicatos representan casi al total de los trabajadores, afiliados o no, a través de instrumentos como la Negociación Colectiva, la Formación, la representación jurídica, la concertación social, etc... y hacer eso con los índices tan paupérrimos de afiliación es imposible si no obtienen fondos públicos y ¿qué fue antes, el huevo o la gallina?.
Finalizo con dos cuestiones, una, que el debate sobre la transformación de nuestro modelo sindical no se debe hacer esperar mucho más y para eso es necesario desprenderse parcialmente de la carga ideológica de los sindicatos actuales y dos, que cuando abramos debates en las redes sociales sobre las virtudes y defectos de nuestro modelo sindical, que han devenido en la desidia actual, bueno sería que centráramos el tiro y no cargáramos las culpas en los trabajadores que no se afilian sin hacer nada para repararlo, eso sería como que el gobierno elegido en las urnas legislara solo para los que hubieran votado y rizando aún más el rizo, gobernaran exclusivamente para los que les votaron.