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Nieves Albarracín

Madrid, 8 jul (EFE).- "El 7" ha echado el cierre para siempre. El alma de la Audiencia Nacional durante décadas ha dejado de existir. El alto precio de los alquileres ha sido la estocada que ha acabado con el trepidante latido diario de este bar llamado Época -la que deja atrás-, y bautizado en clave como el inexistente séptimo juzgado de este tribunal.

Un restaurante italiano "de lujo" parece que sustituirá al que ha sido un lugar de encuentro de abogados, fiscales, jueces, policías, funcionarios y periodistas que dedican gran parte de su vida a la Audiencia Nacional. También de aquellos que, para su desgracia, la han tenido que frecuentar en contra de su voluntad.

En este lugar emblemático, no solo por su pincho de tortilla, coincidíamos todos por su proximidad. A lo largo de los años, mientras algunos habituales dejaban de prodigarse por distintas causas, surgían rápidamente otras caras nuevas. La fiscal Dolores Delgado dejó de aparecer cuando fue nombrada ministra y la conversión de Santiago Pedraz en personaje del papel couché le llevó también a poner tierra de por medio para no estar tan expuesto.

Asomarse a ver quién había al llegar por la mañana era un ritual que te podía dar las claves del día. Era nuestro oráculo de Delfos, y lo vamos a añorar.

Su desaparición no tendrá la repercusión que tuvo en el mundo literario el cierre del café Gijón, pero sus animadas y didácticas tertulias tribunaleras bien merecerían pasar a los anales de la historia del periodismo español. Tampoco estaría de más una placa conmemorativa en la fachada que dejara constancia de que ahí estuvo "el 7".

Aun así reconozco que, como el común de los mortales, cuando recalé por primera vez en la Audiencia Nacional tampoco sabía de la existencia de "el 7". Ese día declaraba uno de los imputados más mediáticos de la época, José María Ruiz-Mateos. Mi cometido era hacer una crónica "de color", tarea asegurada con el personaje en cuestión.

"Nos vemos después en el 7", me emplazó uno de los compañeros que fueron al principio mis sherpas en el escarpado mundo del periodismo de tribunales.

Entendí que se refería a un bar, y al acabar empecé a buscarlo. No lo encontraba y me dirigí a un quiosco de la calle Génova para preguntar: "estoy buscando un bar que se llama el 7".

Extrañado el quiosquero me dijo que no conocía ninguno por ese nombre, hasta que desvelé que era periodista, y ahí cayó: "debe ser la Taberna de Colón".

Al llegar por fin, encontré a mis compañeros y confesé lo ocurrido con el que más confianza tenía. La carcajada fue inevitable y partiéndose de risa me pidió contarle mi desliz al resto. Le rogué que no. Después me explicó: son seis los juzgados centrales de instrucción en la Audiencia Nacional y por eso se le llama 7 al bar, "para disimular" (aunque ya era un secreto a voces, lo sabía hasta el quiosquero).

Entonces no supe dónde meterme, pero ahora atesoro esta anécdota de la inocencia de mis comienzos con todo el cariño.

Y más ahora, que "el 7" ha dejado de existir, y su cierre nos deja huérfanos de esas intensas tertulias frente a un café o departiendo con fuentes. También a sus empleados, como Tania y Manu, guardianes durante años de esos secretos que quedan detrás de la barra de un bar, y éste, en honor a su último verdadero nombre, ha hecho época en la Audiencia Nacional




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