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El Consejo de ancianos, después de las graves acusaciones vertidas sobre la Institución Educativa, y preocupados por su estado y sobre todo por su futuro, determinaron que el Concilio conminara a todas aquellas personas vinculadas de cualquier forma a dicha Institución, a que presentaran sus informes ante el mismo, en los que quedara reflejada, de una forma clara y sincera, sus opiniones, experiencias y pensamientos sobre aquélla. 

En el Concilio de esta noche, tuvo lugar la primera de las comparecencias. No es necesario indicar que todo el poblado estaba presente, ¡así de trascendente consideran sus habitantes a la Institución Educativa!

Con voz grave, el más anciano de los ancianos, después de rogar con su mirada el silencio y la atención de los presentes, señaló a un joven que estaba sentado en la primera fila, rogándole se levantase y se subiese al atril situado junto al fuego. Cuando el joven alcanzó ese lugar, le advirtió que era su deber decir verdad y que ahora suya era la palabra.

El joven Nemesio, que había sido elegido de entre los más jóvenes recién llegados a la Institución Educativa, levantó lentamente su mirada, observó al pueblo reunido, y con voz casi inaudible, comenzó su intervención. Y a medida que avanzaba en sus palabras, su voz adquiría potencia y seguridad:

“Venerables ancianos y pobladores, he sido elegido para que os transmita lo que los jóvenes pensamos sobre la Institución Educativa y espero cumplir adecuadamente con ese mandato”.

Y continuó:

“Pertenezco al grupo de jóvenes recién llegados a la Institución Educativa, desde las escuelas del poblado. Hemos estado en ellas desde que comenzamos a hablar y a andar… Toda nuestra vida. Y ahora, llegamos a una Institución que debería terminar de formarnos para la vida…, nuestra vida. Y parece, después de haber escuchado a otros oradores en concilios anteriores, que esa Institución atraviesa por momentos muy graves, pues graves han sido las manifestaciones dichas desde este atril.

Y los jóvenes queremos deciros que, hasta este día de nuestras vidas, hemos confiado las mismas en vuestras manos, sencillamente porque, hasta hoy, éramos niños, y, por tanto, indefensos e inocentes.

Hemos asistido a las escuelas que habéis construido y hemos seguido las enseñanzas que habéis decido, dadas por los maestros que habéis nombrado. Y debemos suponer que todo ello fue bueno, porque todos vosotros sois buenos. Tampoco tuvimos, porque éramos niños, capacidad para juzgar. En fin, como niños, confiamos en nuestros mayores, porque así lo determina la Ley Natural.

Sin embargo, en el Concilio anterior se dijo que los jóvenes llegamos a la Institución Educativa sin formación, sin cultura, sin interés…, y las llamas de aquella hoguera elevaron al cielo la idea de que nuestra  y sólo nuestra era la culpa de todo ello.

Por eso, los jóvenes queremos deciros a todos los pobladores que no somos culpables de nada. Que seguimos vuestras enseñanzas, en vuestras escuelas, con vuestros maestros…, como niños que éramos.

Y si resulta que ahora, al alcanzar la edad juvenil, sólo somos  cerebros incompletos, vacíos, faltos de imaginación, de interés por las cosas de la Institución Educativa…, lo somos sin ser culpables de ello”.

Y, en este momento, el joven Nemesio, dirigió una mirada intensa, profunda… a los presentes, y, levantando su mano derecha, señaló con su dedo índice a todos, y, después de una pausa en la que el crepitar de las llamas de la hoguera resonó como el viento del noroeste en las noches de tempestad haciendo que todos sintiéramos un extraño escalofrío, lo dirigió a los ancianos:

“Vosotros, todos vosotros, sois los culpables. Entre todos habéis creado las escuelas, las enseñanzas, puesto a los maestros…, si nosotros somos lo que decís, un fracaso, vosotros sois el fracaso porque somos el resultado de vuestra obra. Y los ancianos…, los más culpables, porque vuestra tarea es la de vigilar el cumplimiento de la Ley Natural que nos gobierna, y en ella se ordena que los niños deben ser educados en conocimiento, sabiduría…, por los maestros más sabios y expertos. ¡No nos culpéis, somos inocentes! ¡Examinad vuestras almas…!”

El joven Nemesio descendió del atril con paso firme y lentamente los pobladores fueron abandonando el Concilio.

Antes de cruzar la loma que conduce hacia mi casa, volví mi vista hacía la hoguera y pude contemplar a los ancianos que seguían sentados, con sus cabezas agachadas y recogidas entre sus manos. Y el crujir de las agónicas llamas fue acompañado por los ahogados sollozos de sus corazones. Y yo supe que esa noche sólo podría encontrar la paz contemplando las estrellas.

 

ENNIO ALBINO JULIANO “EL ESCUCHADOR”




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