Carpeta de justicia

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Lucía Leal

Washington, 7 abr (EFE).- Con 17 años, Ketanji Brown Jackson dejó escrito su mayor sueño: "Ser nominada alguna vez como jueza". Tres décadas después, ha superado todas sus expectativas y ha cruzado el umbral de la historia, con un cargo vitalicio en el Tribunal Supremo de Estados Unidos.

Desde la sala Roosevelt de la Casa Blanca, junto al presidente Joe Biden, Jackson contempló emocionada este jueves la votación en el Senado que la convertirá en la primera mujer afroamericana que formará parte del Supremo en sus 232 años de historia.

"Gracias por esta oportunidad histórica para unirme a la corte con compañeros brillantes, para inspirar a futuras generaciones y para asegurarnos de que hay libertad y justicia para todos", dijo la jueza durante sus audiencias de confirmación en marzo.

A sus 51 años, a Jackson le espera previsiblemente una larga carrera en el alto tribunal, donde se incorporará en unos meses y será apenas la quinta mujer que viste esa toga en la historia del país.

LA FAVORITA DE LOS PROGRESISTAS

Desde el principio, Jackson fue la favorita de los progresistas para cubrir la vacante que dejará este verano el juez Stephen Breyer. La principal razón es que cuando era jueza en una corte federal de Washington la década pasada, frustró algunos planes del entonces presidente, Donald Trump.

Su currículum incluye otros puntos llamativos: hace casi dos décadas representó a cuatro presos de la base naval de Guantánamo (Cuba), y también contribuyó a reducir las penas de cárcel por delitos federales de drogas, que afectan desproporcionadamente a los afroamericanos y latinos.

Además, Jackson será la primera jueza del Supremo que tiene experiencia como abogada a nivel federal para personas con pocos recursos, una labor que ejerció durante dos años para entender mejor cómo funcionaba el sistema de justicia criminal.

Desde el año pasado es jueza en la Corte de Apelaciones del Distrito de Columbia, considerado el segundo tribunal más importante del país, tras una carrera marcada por el esfuerzo y la perseverancia.

SU FAMILIA, MARCADA POR LA SEGREGACIÓN

Los abuelos de Jackson crecieron en el estado sureño de Georgia y tanto su padre como su madre, ambos maestros de escuelas públicas, se formaron en colegios segregados por raza y luego estudiaron en universidades para la población negra.

"Estoy bastante segura de que si trazan el linaje de mi familia (...) verán que mis antepasados fueron esclavos en ambos lados", dijo Jackson el año pasado en una audiencia ante el Senado.

Nacida en Washington DC en 1970, Jackson pasó casi toda su infancia y adolescencia en Miami, inspirada por la pasión por las leyes de su padre, que estudiaba Derecho con voluminosos libros mientras ella, a su lado, coloreaba cuadernos de su jardín de infancia.

"Fue mi padre quien me impulsó hacia este camino", afirmó la jueza en febrero, durante su acto de nominación en la Casa Blanca.

Los padres de Jackson, que la acompañaron orgullosos durante las audiencias de confirmación, quisieron ponerle un nombre que reflejara su herencia africana y se decantaron por Ketanji Onyika, que significa "preciosa", o al menos eso les dijo una pariente que había visitado África Occidental.

"Mis padres me enseñaron que, al contrario que ellos, que tuvieron que enfrentar muchas barreras impenetrables, mi camino iba a estar despejado, si trabajaba y creía en mí misma", recordó Jackson en un discurso el año pasado.

DE MIAMI A HARVARD

En el instituto público donde estudió en Miami, llamado Palmetto, fue una estudiante brillante que escribió en su libro de graduación su deseo de ser nominada alguna vez como jueza.

Aún así, enfrentó trabas probablemente relacionadas con su raza: cuando dijo que quería estudiar en la Universidad de Harvard, su asesor académico le aconsejó "no aspirar tan alto", según la Casa Blanca.

Jackson no le escuchó y acabaría por graduarse cum laude dos veces en Harvard, antes de desarrollar una carrera meteórica que incluyó un periodo como asistente de Breyer, el mismo juez del Supremo al que ahora reemplazará.

También trabajó en la Comisión de Sentencias de EE.UU. para reducir las penas de la mayoría de delitos federales de narcotráfico, incluidas las de cocaína en "crack", algo que permitió liberar al menos 1.800 presos y acortar las sentencias de unos 12.000.

Era un asunto que conocía de cerca: su tío fue condenado a cadena perpetua por un crimen no violento de drogas, aunque finalmente fue liberado en 2017, poco antes de morir.

Pero Jackson también creció familiarizada con el otro lado de la ley: otro de sus tíos fue jefe de Policía en Miami, mientras que un tercero fue detective y su único hermano fue un agente policial infiltrado en las calles de Baltimore, antes de ser enviado a Irak durante la guerra de 2003.

TRABAS A TRUMP

Las sentencias más conocidas de Jackson llegaron cuando era jueza en una corte federal de Washington: en 2018, invalidó un plan del entonces presidente Trump para facilitar el despido de los trabajadores del sector público.

"Los presidentes no son reyes", proclamó en otro famoso fallo en el que decidió que Trump no podía impedir que un exabogado de la Casa Blanca, Don McGahn, declarara sobre la "trama rusa" ante el Congreso.

En 2019 bloqueó un plan de Trump para expandir las exportaciones exprés de indocumentados, aunque ese mismo año permitió que el presidente esquivara normas medioambientales para construir el muro con México, al opinar que el tema estaba fuera de su jurisdicción.

La magistrada lleva 26 años casada con el cirujano Patrick Jackson, de quien adoptó el apellido sin desprenderse del todo del de sus padres, Brown.

Ambos tienen dos hijas: Talia, de 21 años, y Leila, de 17. En 2016, tras la muerte del juez del Supremo Antonin Scalia, la menor de ellas envió una carta al entonces presidente, Barack Obama, y le pidió que nominara a su madre para el Supremo.

Seis años después, su deseo se ha hecho realidad.




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