La vida en pareja provoca en general una progresiva pérdida de autonomía y empoderamiento en las mujeres lo que les sitúa en una posición de mayor vulnerabilidad en los procesos de separación y divorcio.
Existe una brecha de género en los cuidados. En casi todos los casos, durante la vida en pareja, debido a la falta de corresponsabilidad de los hombres, ellas se ven obligadas a reducir espacios y tiempos propios para dedicarse a los demás. Esto afecta a su vida laboral (reducción de jornada, excedencias, reducción de la cotización, menor desarrollo profesional y reciclaje, peores salarios, etc.) y relacional. En consecuencia, tienen una posición de menor poder en la pareja.
Por el contrario, los hombres consolidan la suya: pueden proseguir con sus proyectos profesionales y formativos, invierten menos esfuerzo y tiempo en la familia y son sostenidos emocionalmente en mayor medida que ellas. Esto es, ocupan la “centralidad” en la pareja.
A pesar de ello, tras separaciones complejas, las mujeres son capaces de recuperar recursos, autonomía y rehacer sus vidas “en muchas ocasiones con mayor fuerza y centralidad”. Así, tras el fin de la relación, muestran facilidad para reconectar con redes de amigos y familiares y mucha capacidad para elaborar su proceso personal.
Son algunas de las principales conclusiones que arroja “Experiencias de mujeres en procesos de separación y divorcio. Un estudio cualitativo sobre dinámicas de poder masculino y violencias naturalizadas”, que el Instituto Navarro para la Igualdad (INAI/NABI) ha encargado a la Fundación IPES en colaboración con la UPNA y que ha sido realizado por las investigadoras Susana Covas, Rut Itúrbide y Patricia Amigot.
Este análisis ha sido presentado hoy en Pamplona / Iruña, ante casi un centenar de profesionales de recursos de atención a mujeres víctimas de violencia de género, abogacía, salud o educación y empresas de servicios de atención a la ciudadanía.
La directora gerente del INAI/NABI, Eva Istúriz, ha subrayado cómo la desigualdad de género existente en la sociedad puede impactar más negativamente en ellas en caso de divorcio, intensificando la vulnerabilidad de partida. Además, ha puesto el acento en que mucha violencia contra la mujer no es denunciada o es menos perceptible, y ha abogado por profesionales formados capaces de detectarlas.
El estudio se ha centrado en un perfil mayoritario de mujer, de 35 a 47 años: no están en situación de exclusión ni se reconocen como víctima de violencia machista. Además, están integradas socialmente (estudios, empleo, familia, amistades, etc.). “Por este motivo, no suelen ser objeto de estudio o preocupación. Para arrojar luz, el INAI/NABI y la Fundación IPES han realizado este análisis”, ha explicado Istúriz.
El estudio es de carácter cualitativo y se ha realizado a partir de grupos de discusión con mujeres separadas o divorciadas y entrevistas grupales a profesionales (mediación, abogacía, y equipos de atención a víctimas).
Según la investigación, son las mujeres quienes más demandan las separaciones y divorcios, debido a la experiencia de “malestar y de frustración derivada de la falta de reconocimiento y la sobrecarga de trabajo de cuidados y doméstico”, la “acumulación de cansancio” o la falta de atención, y no tanto, por la revelación del “desenamoramiento”.
La brecha de género en los cuidados se manifiesta en las relaciones heterosexuales en una progresiva pérdida de autonomía y empoderamiento en las mujeres, lo que les sitúa en una posición de mayor vulnerabilidad en los procesos de separación y divorcio.
En la mayoría de los casos, antes de la separación, las mujeres acuden a terapia porque perciben la situación como un problema individual, cuando deriva de las dificultades de pareja. También hay mujeres que se separan como salida a la violencia, que se puede recrudecer en el proceso.
Cuatro conclusiones
Del estudio se extraen cuatro conclusiones principales. En primer lugar, en la vida en parejas heterosexuales no se establecen relaciones igualitarias y recíprocas (toma de decisiones, negociación, etc.) porque se aprecia un mayor protagonismo de los varones. Incluso cuando los hombres demuestran actitudes igualitarias, de compromiso y sensibilidad de género.
En segundo lugar, la vida en pareja entre hombres y mujeres provoca en ellas en general una pérdida progresiva de recursos de empoderamiento y autonomía.
Además, las mujeres tienden a postergar la separación hasta que las y los hijos crecen. La custodia compartida puede ser deseada o temida, dependiendo de si se ha compartido la crianza antes. Y en general, el miedo a las respuestas y actitudes de su expareja les lleva a negociar a la baja en los acuerdos.
Finalmente, el estudio también aborda la violencia en la pareja, “encubierta” y “naturalizada”. Ahonda en “manifestaciones” menos visibles u “obvias” y atribuidas a relaciones “tóxicas o conflictivas”.
Al respecto, las autoras piden formación de género a profesionales que intervienen en procesos de separación, porque la mujer puede ser “revictimizada” cuando trata de proteger a sus hijas e hijos (retrasando la separación porque teme una custodia compartida, por ejemplo) o cuando adapta otras conductas de protección.
Gracias a la comprensión del fenómeno de la violencia contra las mujeres y la desigualdad, hoy se identifican situaciones de maltrato que hace años entraban dentro de la “normalidad”. Por ejemplo, considerar “buen padre” a quien no se encarga del cuidado familiar o “mala madre” a la que no cumple el estereotipo de madre “entregada y disponible para el cuidado”.
Resultados destacados
El estudio revela cómo en la trayectoria de la pareja, ella va perdiendo o limitando su autonomía y sus posibilidades materiales. Es debido a una “asimetría” en la pareja y a dinámicas de “desigualdad” derivadas de estereotipos: ellas son las cuidadoras principales y los criterios y proyectos de ellos son más influyentes. En algunos casos, sus deseos y necesidades se imponen como “lógicos”, “lo normal” o a través de manipulaciones. Y los asuntos de la mujer son valorados como un “asunto particular”.
Tras tomar la decisión en la mayoría de los casos de separarse, ellas muestran en general una mayor vulnerabilidad, porque disponen de menos recursos (derivados de la crianza) y hay una mayor tendencia a la “cesión en la negociación por miedo y por evitar el conflicto” en relación con las custodias. Así, el estudio también resalta que hay una tendencia a un mayor empobrecimiento a causa del divorcio.
“Lejos de los tópicos como que se quedan con todo – casa, pensión de alimentos, hijas o hijos…-“, la investigación constata que en general son ellas las que salen de casa, lo que supone una sobrecarga económica (compra o alquiler de vivienda).
Además, ellos solicitan custodias compartidas, incluso cuando previamente no se han hecho cargo de los hijos e hijas. “Respaldados por una mejor posición económica, amenazan con pedir toda la custodia, dando por supuesto que será compartida”, apunta el informe.
Las más reticentes a la custodia compartida son aquellas que no han tenido apoyo en la crianza. Debido a esta situación, retrasan la separación lo máximo posible. El estudio plantea la necesidad de un “mayor control de los acuerdos y el cumplimiento del régimen conveniado, asegurando el bien jurídico de las y los menores, frente al de la patria potestad”.
Sólo en algunos casos, en la negociación de la separación se tiene en cuenta la inversión emocional, temporal y física de ella en la crianza, con consecuencias laborales y económicas.
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