Carpeta de justicia

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Reproducimos el relato de Jesús Tallos del Río, texto ganador al mejor relato impulsando el Pro Bono del futuro del I CONCURSO NUEVOS JURISTAS SOBRE “LOS RETOS DEL SECTOR LEGAL EN ESPAÑA” organizado por nuevosjuristas.com

Mi madre siempre me dice que estoy muy guapo en traje. Sin embargo a mí nunca me gustó. Siempre me pareció disparatado que en pleno siglo XXI los abogados tuviéramos que seguir vistiendo nuestro atávico uniforme.

Pero sé que ella no lo decía por el traje; en realidad sabía que era su manera de decirme que estaba orgullosa de lo que había conseguido. Yo también estaba orgulloso de ella. De cómo corría para llegar a recogerme al colegio, todavía vestida con su uniforme de camarera. De cómo me preparaba esos deliciosos bocadillos de tortilla francesa que me comía de camino a la Asociación.

No siempre fue fácil. Recuerdo que los primeros días que íbamos al local era invierno y el viento frío me afeitaba la cara. Mi madre me arropaba en un abrigo que me quedaba grande con esa ternura agobiante con la que sólo las madres saben arropar y me daba un beso en la mejilla antes de volver al trabajo.

- Pórtate bien. ¡Que no me entere yo de que Dª Teresa te regaña!

Yo nunca le llamaba Dª Teresa. Para mí era simplemente Maite. Ella era la que se ocupaba de darnos clases de apoyo a los niños del barrio, cuando nuestras familias no podían encargarse de nosotros, porque sus padres, como mi madre, tenían que trabajar.

Tendría unos 50 años, pero por su vitalidad nunca lo hubiéramos imaginado. Un día, cansada del ajetreo incesante de su profesión, se había lanzado a la aventura de crear una asociación para los niños en un barrio del sur de la ciudad. Y lo había conseguido.

Para ella tampoco había sido fácil. Había estudiado ciencias puras y se sentía cómoda calculando matrices y fracciones que nosotros nunca entendíamos, pero el papeleo jurídico le resultaba insoportable. Como no podía costearse un abogado acudió a la Fundación Pro-bono Iuslex.

- Yo os ayudo a vosotros. Ellos me ayudan a mí. Quid pro quo.

- Quid…que?

- Es latín. Significa dar algo a cambio de otra cosa. “Pro bono” también es latín; significa “para el bien público”, en interés de todos.

Con el tiempo nos acabamos enterando de que la Fundación Pro-bono Iuslex era una asociación que se dedicaba a ayudar a organizaciones sin ánimo de lucro que tenían problemas legales y no sabían cómo solucionarlos. También impulsaba clínicas jurídicas con universidades, que introducían a los estudiantes en el asesoramiento jurídico gratuito. En definitiva, se dedicaban a ayudar a Asociaciones como la de Maite, que se ocupaban de atendernos y de ayudarnos a entender los malditos quebrados.

A nosotros nos parecía imposible que Maite necesitara ayuda con algo. Sin embargo, las palabras en latín y la jerga de leguleyo le resultaban tan incomprensibles como a nosotros.

- Maite, ¿qué significa “resolución sancionatoria”?

- No tengo ni idea Miguel. Pero te aseguro que no nos van a echar del local porque nos falten unos papeles.

Con el tiempo, aquellos documentos que a ella le parecían inaprensibles se fueron volviendo menos confusos. Con la misma paciencia que nos desentrañaba los secretos para resolver las ecuaciones de segundo grado, nos empezó a explicar lo que era un “certificado de donaciones” o un “libro registro del voluntario”.

- Hay que saber de todo. Un día vosotros querréis abrir una panadería. Para ello necesitaréis saber las proporciones de harina, agua, sal y levadura que hay que mezclar para elaborar pan, pero también lo que es una “licencia de apertura”. ¿A que no sabéis lo que es eso? ¡Yo tampoco lo sabía! Os lo voy a explicar.

Al cabo de un tiempo, Maite decidió estudiar derecho y terminó integrándose en la Fundación Pro Bono Iuslex. Combinaba las clases de matemáticas de niños de la Asociación con la asistencia jurídica en la Fundación. Nunca se olvidó de nosotros.

Cuando yo conseguí terminar el bachillerato no quería empezar una carrera. El esfuerzo de estudio de los últimos años me había mermado el ánimo, y en mi casa necesitábamos dinero. Entonces Maite me convenció.

- Mira, Miguel, ¿te acuerdas de cuando te enseñaba las fracciones? ¿A que, cuando se entienden, pueden resultar muy divertidas? Con el estudio pasa lo mismo. Y por el dinero no te preocupes. Te voy a enseñar a solicitar una beca.

Con su entusiasmo me explicó los formularios que tenía que rellenar y los documentos que tenía que aportar para que me la concedieran. Por alguna extraña razón, entender la utilidad de estos modelos me empezó a parecer entretenido. Quizás fuera el entusiasmo contagioso de Maite, que te trasmitía lo gratificante que puede resultar ayudar a una persona que tiene un problema que no sabe cómo solucionar.

- ¿Por qué no estudias derecho?

La idea de pasarme años entre libros enormes, con sus textos largos de letra abigarrada se me antojaba terrible. Pero cuando pensaba en lograr dedicarme a lo mismo que Maite se me olvidaban aquellos libros.

Me pasé años en la facultad estudiando. Recuerdo la voz monótona de aquel profesor de constitucional, el aspecto autoritario del catedrático de romano, o la voz de pito de la profesora de civil que nos explicaba aquel artículo sobre propietarios de enjambres que perseguían a sus abejas por fundos ajenos. También recuerdo las uñas mordidas, los nervios y el dolor de muñeca que se queda tras un examen largo. Pero cuando llegó el día en el que me pusieron la beca y el birrete ya no me acordaba de nada de eso. Tampoco del frío de los inviernos en la sala 24 horas de la biblioteca, ni de los libros de texto largos con sus letras abigarradas.

Mi madre lloraba emocionada. Maite, en cambio, sonreía orgullosa. Ella nos enseñaba que siempre hay que sonreír, sobre todo cuando es más difícil.

- La sonrisa es contagiosa, siempre te anima. Tú no puedes elegir estar siempre contento. Pero siempre puedes elegir sonreír. Y así, estarás animando a la gente que te vea. Todos deberíamos sonreír siempre en interés de todos.

A mí nunca se me olvidó.

Por eso no lloré cuando vino el médico con aquellos papeles. Ni cuando Maite nos convocó todos en la Asociación para darnos la noticia. Ni tampoco cuando nos abrazaba cálidamente. Ella tampoco lloró nunca en público. Ni siquiera en aquella sala de espera del hospital, ni en aquella cama, llena de tubos. Elegía siempre esa sonrisa tan especial, con la que tanto nos trasmitía. Pensaba que la última lección que podía recordarnos es que hay que sonreír cuando es más complicado, sobre todo cuando es más complicado. Sin perder los nervios, sin venirse abajo.

- Nos vamos cuando tú quieras, Miguel. Pero arrópate que vas a coger frío.

Mi madre es capaz de recordarme que voy a pasar frío en cualquier circunstancia. Pero sabía que necesitaba despedirme de Maite. Por eso me cogía de la mano, y me daba el tiempo que necesitaba.

Lo último que vi cuando nos metimos en el coche fue la dedicatoria de la corona de flores de la Fundación.

- “Gracias Maite, por enseñarnos a sonreír pro bono”.




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