Los periodistas y sus preguntas incómodas
“En muchas ocasiones, el periodista (y sus editores, y el medio para el cual trabaja) deberá interpretar el caudal de información
que reciba para entregar las claves con que la ciudadanía podrá decodificar el lenguaje técnico y ambiguo que entregue la fuente original…”
Un profesional chileno con MBA en el extranjero, gerente de una multinacional pequeña, va a ver a su médico por una dolencia traumatológica. Cuando le están entregando la lista de exámenes que debe hacerse, pide que le agreguen el del VIH.
— A ver…, Juan Eduardo,… yo supongo que te cuidas.
— A ver…, doctora —responde Juan Eduardo— … yo supongo que usted paga todos sus impuestos.
Para la gente común y corriente, que no goza con el dolor o la vergüenza ajenos, hacer preguntas incómodas es una labor ingrata. Formularlas con una óptica pensada y con la intención expresa de preservar la dignidad del interlocutor es un deber; de lo contrario, se obtendrá como respuesta un ataque, una negación o simplemente silencio, todo lo cual devendrá en un acto de comunicación que no habrá logrado su objetivo: que la información circule de manera honesta, fluida y permita tomar decisiones adecuadas.
El relato del inicio es verídico y se dio en una conversación profesional, pero privada, donde actitudes como la condescendencia o la ironía podrían causar reticencias o un alejamiento de las partes, pero que no tendrá consecuencias de índole social.
Cuando la conversación o entrevista se da en un contexto de comunicación mediada, los parámetros son otros; más todavía si se trata de un tema que genere conflicto, suspicacias o daño. Y si bien las partes siempre se deben respeto, habrá uno de los intervinientes cuya labor profesional será hacer preguntas incómodas.
Esa parte, usualmente un periodista o quien asuma ese rol, estará siendo una herramienta social que permitirá cuestionar al poder —público o privado—, y aportar luz a acciones u omisiones que son relevantes para la comunidad, generando transparencia. Y, en muchas ocasiones, el periodista (y sus editores, y el medio para el cual trabaja) deberá interpretar el caudal de información que reciba para entregar las claves con que la ciudadanía podrá decodificar el lenguaje técnico y ambiguo que entregue la fuente original.
La pregunta, claro, es cómo tienen el lector o el auditor la certeza de que lo que reciben es información veraz —resumida e interpretada— y no opinión. Es ahí donde entra en juego la formación del periodista y la ética del medio, tanto para seleccionar y jerarquizar la información, como para rectificarla cuando con posterioridad se detecta que hubo un error. Es ahí donde la credibilidad pasa a tener un rol preponderante.
Cuando en Idealex.press conversamos o entrevistamos a profesionales de otras áreas que deben lidiar con el sector legal, nos cuentan que se percibe de la mayoría esta autosuficiencia, esta especie de omnipotencia de los abogados con la que descartan por sabido, pobre o débil el aporte de otras ramas del conocimiento.
Entendiendo que existen muchos temas a informar, de los cuales también muchos no son controversiales, y centrándonos en aquellos que sí lo son, es un dato que las preguntas incómodas deben ser hechas. Si la forma de hacerlas es la adecuada o no y si los periodistas exceden su rol interpretador para asumir uno opinante es harina de otro costal. Lo que realmente importa es que los abogados entiendan que el rol social de un comunicador es burlar la opacidad, saltarse las cortapisas y lograr entregar a la comunidad información que le sea útil, que le permita evaluar a sus instituciones, a las leyes que los rigen y el comportamiento de sus autoridades o jefaturas.
Es labor de las Facultades de Comunicaciones preparar bien a sus futuros profesionales para que su forma de proceder no tiña de desconfianza la información que publican. Y es labor de las Facultades de Derecho entender y explicar a sus futuros abogados que la prensa, si bien comete errores y puede ser un excelente vehículo de promoción, estará ahí para hacer las preguntas incómodas que pocos querrán responder, porque es, ante todo, parte del Contrato Social.
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