Carpeta de justicia

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El Premio Derechos Humanos de la Fundación Abogacía Española 2018 en la categoría de “Personas” ha recaído en Adela Cortina, uno de los referentes mundiales en ética y filosofía jurídica. De hecho, es catedrática de Ética y Filosofía  Política de la Universidad de Valencia desde 1987, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, siendo la primera mujer que ingresa en esta Academia desde su fundación en 1857, y directora de la Fundación ÉTNOR (para la ética de los negocios y las organizaciones).

Sus últimos trabajos han tenido como objeto la lucha contra la discriminación de los más pobres, como demuestra su última obra, Aporofobia, el rechazo al pobre, publicada en Paidós. Ha sido miembro de la Comisión Nacional de Reproducción Humana Asistida, vocal del Consejo Asesor del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, del Comité Asesor de Ética en la Investigación Científica y Tecnológica, del Grupo para la Elaboración de un Código Ético para la Función Judicial y es miembro del Board de la International Development Ethics Association.

Es Doctora Honoris Causa por diversas universidades nacionales y extranjeras y ha recibido distintos reconocimientos como profesora Ad Honorem. Es Premio Nacional de Ensayo 2014 por su libro ¿Para qué sirve realmente la ética?, ha recibido la Alta Distinción de la Generalidad Valenciana 2107 y en reiteradas ocasiones ha formado parte del jurado de los Premios Príncipe y Princesa de Asturias de “Comunicación y Humanidades” y de “Ciencias Sociales”.

  • ¿Qué puede aportar la ética para luchar contra los delitos de odio? ¿Se puede utilizar el lenguaje para modificar los estereotipos negativos hacia ciertos grupos sociales?

Los delitos de odio se producen porque algunos grupos se creen superiores a otros y les atacan por tener una característica que les parecen despreciable. Puede ser la pertenencia étnica, la religión, la tendencia sexual o la situación social de pobreza. El rechazo se expresa en ocasiones a través de acciones físicas, pero también, y con mayor frecuencia, a través de discursos de odio, que no solo crean un ambiente para favorecer el ataque físico, sino que son en sí mismos dañinos. Hablar es actuar y etiquetar negativamente a grupos sociales es, por sí mismo, inaceptable. La ética moderna mantiene con toda razón que no hay personas superiores e inferiores, que todas son iguales en dignidad y que cada una se hace a sí misma a través del diálogo con las demás. Los seres humanos no somos individuos aislados, sino personas profundamente vinculadas. Eliminar los estereotipos negativos y posibilitar los diálogos entre los distintos grupos es indispensable.

  • ¿Europa ha estado a la altura para abordar el problema de la migración? ¿Acaso molesta a los europeos que los migrantes son pobres?

Europa está fracasando en el abordaje de un problema tan sensible como el de la migración y con ello está mostrando una clara actitud aporófoba, un claro desprecio a los pobres, porque trata con toda hospitalidad a los extranjeros que son turistas, compran pisos caros o invierten en nuestros países, y rechaza a los extranjeros pobres, a esos migrantes que parece que no pueden traer beneficios, sino sólo problemas. Europa se está jugando su existencia por traicionar sus valores éticos rechazando a los extranjeros pobres, hasta el punto de que, al parecer, en las próximas elecciones de mayo de 2019 la línea política divisoria no será “izquierda/derecha”, sino “aporofobia o acogida”.

  • ¿Cómo se puede conciliar la economía capitalista con la persistencia de la pobreza y el incremento de las desigualdades?

La propuesta europea, que pertenece a su ADN, es la de una economía social de mercado, que cristalizó en el Estado del Bienestar, no un neoliberalismo puro y duro. Se ha dicho, y con razón, que el capitalismo renano es muy diferente del californiano, que la economía social asegura a toda la ciudadanía ese conjunto de derechos económicos, sociales y culturales, que no pueden quedar al juego del mercado. Teniendo en cuenta que la idea europea de ciudadanía es la de una ciudadanía social y que esta idea es un motor de transformación, la reducción de desigualdades es un imperativo ético, político, económico y jurídico.

  • Los delitos de odio son cada vez más frecuentes en un mundo globalizado ¿Cómo valora la actitud de los populismos y el auge de líderes políticos como los presidentes de EEUU y, recientemente, de Brasil que realizan declaraciones con desprecio a la dignidad de las personas? ¿La aplicación de los Derechos Humanos en el ordenamiento jurídico internacional sirve para prevenir estas actitudes?

Desgraciadamente, el auge no está teniendo lugar sólo en Estados Unidos y Brasil, sino también en muchos países europeos, con una tradición ilustrada que debería ser un antídoto contra esas posiciones. Por supuesto, la aplicación de los Derechos humanos en el ordenamiento jurídico es indispensable para prevenir estas actitudes, pero no basta. Es la sociedad civil la que tiene que desautorizarlas en la vida corriente, expresando su rechazo a través de la palabra, por medio de las actuaciones cotidianas  y también negando su voto y su apoyo a partidos aporófobos.

  • Aunque los delitos de odio tienen un peso cuantitativo pequeño con respecto a otras conductas delictivas ¿Qué es necesario hacer para que una sociedad civilizada y democrática no pueda convivir pasivamente con este tipo de conductas? ¿La aplicación del derecho es suficiente para evitar la intolerancia?

El derecho es imprescindible, entre otras razones, porque tiene una función comunicativa y educativa. Cuando una sociedad rechaza también jurídicamente las actuaciones y discursos de odio hasta el punto de considerarlos delictivos, la ciudadanía sabe que esas conductas son inadmisibles también éticamente, que no estamos dispuestos a aceptarlas. Pero, evidentemente, lo más efectivo es educar en el respeto mutuo desde la familia, la escuela, los medios de comunicación y las redes sociales.

  • Usted puso nombre al odio al pobre: aporofobia. ¿Considera necesario incluir la aporofobia como agravante en caso de agresión y equipararlo a otros delitos de odio? ¿Cree apropiada la regulación en el Código Penal para defender a las víctimas de odio tras la reforma de 2015?

Creo necesario considerar la aporofobia, entendida como maltrato al pobre, al indigente,  como un tipo peculiar de delito junto a otras fobias, de las que ya se viene ocupando el Observatorio del Ministerio del Interior, y equipararla a otros delitos de odio, porque eso posibilita sacar a la luz que ese maltrato existe y permite tomar medidas como promocionar la formación de la policía para prevenir ese tipo de delitos y para apoyar a las víctimas, que se sienten impotentes habitualmente. Piensan que nadie les va a atender o que son culpables de su situación. En este sentido, a mi juicio, es una buena noticia que el Senado haya iniciado los trámites para incluir el odio al pobre como un agravante en el artículo 22.4 del Código Penal.

  • ¿Es necesario un código de conducta para los grandes operadores tecnológicos para evitar la incitación ilegal al odio en internet y en redes sociales?

Por supuesto. Los códigos de conducta forman parte de esa “legalidad blanda” que va configurando los usos, las costumbres y los modos de actuar. Constituyen una parte importante del êthos  de los pueblos. Como sabemos, el êthos es el carácter, que en este caso se plasma en instituciones y en hábitos, y resulta imprescindible para prevenir y para progresar. De hecho, compañías bien conocidas y potentes ya han incorporado este tipo de códigos y ojalá se produjera el contagio a otras. Aunque siempre lo fundamental es educar a las personas para que sean sujetos morales y no viertan odio ni en la vida corriente ni en la red.

  • ¿Cómo se puede superar el conflicto entre el discurso de la intolerancia y el respeto a la libertad de expresión?

Fomentar la libertad de expresión y desactivar los discursos del odio son dos tareas  urgentes y complementarias. Las sociedades abiertas aprecian la libertad de expresión como un bien irrenunciable, que es indispensable potenciar. Pero, si quieren ser realmente democráticas, deben hacerlo desde el reconocimiento mutuo de la dignidad de las personas que tienen derecho al respeto y la autoestima. Ninguno de los dos lados –respeto activo y libertad de expresión- puede quedar debilitado o relegado. Intentar compaginarlos es lo que exige la ética cívica que configura el carácter de una sociedad democrática, sobre el que se teje el Derecho.

La calidad de la democracia se mide tanto por el grado en que las personas pueden expresarse libremente como por el nivel alcanzado en el reconocimiento y el respeto mutuo de la dignidad, no calculando hasta dónde se puede llegar dañando a otro sin incurrir en delito punible. En caso contrario, se tiende a considerar como libertad de expresión los discursos de odio de los grupos fácticamente poderosos, dejando inermes a los más débiles

  • ¿Cómo valora el Premio Derechos Humanos concedido por el Consejo General de la Abogacía?

Como un auténtico regalo, inmerecido como todos los regalos, pero que anima a continuar en la brecha con entusiasmo renovado, porque es el tema el que merece el esfuerzo y por eso hay que redoblarlo. Por si faltara poco, este premio se ha concedido a personas  extraordinarias, mencionarlas a todas es innecesario, pero me gustaría recordar de modo especial a una de las que quiero y admiro profundamente, el Catedrático de Derecho Internacional de la Universidad de Sevilla, Juan Antonio Carrillo Salcedo, a quien se concedió el premio en 2001. Y digo “quiero” y “admiro” en el tiempo presente verbal porque aunque Juan Antonio  Carrillo falleciera hace unos años, sigue siendo para mí, como para muchas otras personas, un referente insustituible.

  • ¿Qué le parece la iniciativa de algunos Colegios de Abogados de crear un Turno de Oficio especializado para apoyar a las víctimas de delitos de odio?

Espléndida. Estar al lado de las víctimas, de los que sufren, de los vulnerables, de los pobres en el amplio sentido de la palabra, es una de las funciones más nobles del derecho, imprescindible para que todos puedan ser tratados con igual consideración y respeto.

 



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