El abogado de hoy es un profesional notablemente diferente al de hace cincuenta años. En ambos momentos históricos se trata de un prestador de servicios profesionales al que acuden los ciudadanos (como en el caso de los médicos) en momentos que no son, precisamente, los mejores de su vida.
El problema más acuciante es determinar el contenido funcional del servicio. Durante mucha parte de nuestra vida los profesionales del derecho más cotizados procedían de una conjunción – cuyos límites no son definibles de antemano- de conocimientos y de información. Obtener información era un valor de incalculable ventaja para el ejercicio profesional.
Hoy, sin embargo, la perspectiva ha cambiado. La información es tanta y está libremente accesible que ha dejado de ser un valor en si misma. La aportación de valor en el uso, la presentación o la diferenciación de la información son los elementos cruciales y los que diferencian las herramientas que usa el profesional. Durante algún tiempo se pensó que el éxito estaba en el modelo «apple» de juntar cosas y presentar muchas utilidades. Hoy, sin embargo, se sabe que el modelo de acumulación no selectiva no es un modelo de éxito y que más que ayudar condiciona el tiempo de los profesionales que es su gran activo y lo que más escaso suele presentarse.
El reto es, precisamente, encontrar elementos, instrumentos que aporten el valor del conocimiento selectivo a partir de grandes concentraciones informativas en los que la ecuación tiempo-certeza versus utilidad sea reconducible a parámetros apreciados por el usuario.
Esta transformación no ha sido superada de forma satisfactoria y, por eso, el presente es un presente en el que la información pierde valor pero el análisis selectivo no ha triunfado en términos de seguridad y utilidad inmediata. Este tránsito esta por venir pero es necesario reflexionar sobre la forma de llegar al mismo para convertirlo en un producto diferencial respecto de la propia oferta de servicios y de su comercialización.
Después de algunas aproximaciones personales a las herramientas se puede llegar a la conclusión de que el tránsito precisa volver al pasado. Evidentemente el pasado no es papel ni la búsqueda manual de la información ni la fotocopiadora. Esta parte del pasado no tiene sentido ni puede pensarse en ella. Pero si hay una parte del pasado que puede haberse perdido: el análisis de la información sobre la base de categorías jurídicas y no las agrupaciones documentales sobre coincidencias derivadas de la actuación de buscadores.
Es probable que el futuro permita que las asociaciones electrónicas tengan un sentido diferente al de coincidencia fonética pero, en el momento presente, la agrupación fonética conduce a agrupaciones informativas en las que la utilidad se convierte en marginal y en la que la depuración es demasiado costosa, en términos de tiempo, respecto de lo que necesitamos.
A partir de aquí el problema del profesional del futuro es la certeza, la rapidez, la exactitud y eso está ligado a la transformación de vinculo fonético en un vínculo conceptual.
No cabe negar, en este punto, que la definición conceptual exige una profesionalización que es difícil de encontrar y, desde luego, no siempre de valorar. El concepto jurídico, las categorías jurídicas son el fruto de la reflexión sobre los elementos sustantivos de cada parte del Ordenamiento Jurídico y, eso exige, rigor y conocimiento que, tan a menudo, se han sustituido por elementos tecnológicos que no responden a categorizaciones de orden jurídico y que no siempre están pensadas en clave del profesional que las utiliza.
En consideración a lo anterior es preciso reconsiderar las necesidades y las utilidades que presenta la información y buscar fórmulas que aporten utilidad y reduzcan tiempo de un profesional jurídico. Este es el reto y lo que, desde luego, no está claro es cual es la fórmula o la varita mágica para conseguirlo. Trabajar en esta línea es diferenciar productos y, probablemente, situarse en posiciones de éxito frente a la agrupaciones masivas de información no tratada ni analizada por y para el profesional de la abogacía.
Desde esta perspectiva y sí se comparte el diagnóstico lo relevante es apostar por el análisis conforme a categorías jurídicas predeterminadas y vinculadas a su propia utilidad. Esta línea no es, claro está, sencilla porque la categorización no puede considerarse una labor sencilla aunque es cierto que sí existen algunas certezas como la de revalorizar la función, no considerar que puede hacerla cualquiera, que no es relevante y que no aporta valor diferencial. Lo diferencial está aquí y la gran transición es conseguir llegar a la misma para conseguir el nuevo objetivo. A partir de aquí la tecnología hará lo demás y la simbiosis acabará resultando útil.