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Era increíble; pero resultó ser cierto. La tarde anterior viajé desde Salamanca a una capital del norte, pues, aunque la vista del proceso estaba señalada a media mañana, había que preparar la declaración de mi clienta. El contenido de la conversación, su historia, seguía pareciendo increíble, pero resultó ser cierta.

Yo sustituía a una abogada local en un proceso de ejecución dineraria; la ejecutada era mi clienta. Motivos familiares generaron a lo largo del tiempo una deuda, y desacuerdos incomprensibles con la empresa acreedora llevaron al impago. Esta presentó un monitorio, hubo oposición letrada; presentó un ordinario, la contestación a la demanda ocupó un folio, sin oposición de hechos, sin fundamentos jurídicos, y con una única pretensión recogida en una frase: se pretendía llegar a un acuerdo transaccional.

El Juzgado señaló fecha para la audiencia previa, y en la espera, los letrados llegaron a un acuerdo: la deuda se reconocía, se dividía en doce partes, y sin devengo de intereses, cada cuota habría de pagarse por la señora en los primeros cinco días de los siguientes doce meses, y el incumplimiento, fuera cual fuera el momento, permitiría a la empresa la ejecución de la deuda por el resto completo. El auto se notificó una fecha concreta, adquiriría firmeza pasados los primeros cinco días del mes siguiente; la señora no pagó. Firme el auto, llegado el quinto día del segundo mes la señora no pagó, y la empresa sin esperar el plazo legal de espera de la ejecución la interpuso y el Juzgado la tramitó. El día antes de la presentación de la demanda ejecutiva, la señora estaba al día en sus pagos; los correos electrónicos entre ella y su abogada anteriores a la audiencia previa justifican la imposibilidad de pago hasta conseguir financiación ajena, fuera esta por la deuda total, fuera esta por posibles pagos parciales. Sin disposición de metálico para afrontar los pagos acordados en la audiencia previa, la abogada pacto unos plazos de imposible cumplimiento, y la empresa, digamos que mosqueada, desde 2019, fue adelante.

Y ahí entro yo. Con nueva procuradora inicio la actividad procesal. Se recurre el decreto del letrado de la Administración de Justicia, se recurre el auto de la Jueza; se interpone un incidente excepcional de nulidad de actuaciones justificando su posibilidad y; por último, se presenta la oposición a la ejecución. Como en un juego de muñecas rusas, los argumentos materiales y jurídicos de cada escrito se iban complementando en el siguiente. El escrito de oposición a la ejecución, recogía los argumentos de los anteriores, también recogía la nulidad de lo actuado, la falta de motivación del auto transaccional, la vulneración de la prohibición de indefensión constitucional del artículo 24.1 de nuestra Constitución, así como la violación del artículo 1 del Protocolo 1 del Convenio Europeo de Derechos Humanos, el derecho de propiedad.

El lector puede suponer la suerte de los recursos y del incidente excepcional de nulidad de actuaciones. Y llegó el momento de viajar. Y pedí a la señora que me dejara intentar un acuerdo, pues si bien, seguro de mi posición y esperanzado en el éxito, le expliqué por segunda vez que, en este asunto, ganase quien ganase, ganaría (procesalmente) un abogado y perderían (materialmente) dos clientes. Y a la puerta de la sala, esperando turno, con la señora y la procuradora, trabé conversación con el colega contrario. Y ahí, empezó todo.

Coincidimos en una cosa, dejar el aspecto técnico del derecho para la sala, y tratar de resolver los problemas de nuestros clientes en la puerta, pues ambos éramos conscientes de que ganara quien ganara en la vista, quienes perderían eran nuestros clientes. Con la señora delante cerramos a un acuerdo, y llegado nuestro momento, entramos en la sala.

La Jueza saltó de alegría cuando le comunicamos el acuerdo, y no sólo por quitarse un pleito de en medio. Se dirigió a mí, me dijo que había recurrido absolutamente todo, con la cabeza afirmé; siguió diciéndome que ya habría leído las resoluciones desestimatorias de mis pretensiones, afirme; siguió …, y por primera vez en mi vida, y cuando esta señora ya sabía del acuerdo pactado, siguió dirigiéndose a todos y … que se habían equivocado, que yo tenía razón y pidió disculpas, a la señora por los daños morales causados al admitir la ejecución y,  a los abogados por los esfuerzos realizados en nuestros escritos. El colega, sin inmutarse dijo aquello de que todos nos equivocamos ¿verdad compañero? Asentí, y no hubo hierro. Nunca había visto tanta dignidad humana y profesional en una sala judicial. La jueza y el compañero leerán o no este artículo, si lo leen, expreso mi reconocimiento y agradecimiento a ambos, primero humano y después profesional, si no leen, ese reconocimiento y agradecimiento son debidos y entiendo que, sin pudor alguno, pueden hacerse públicos, pues “de vez en cuando la vida”, canta Serrat, “toma conmigo café; y está tan bonita que da gusto verla …”

Salimos del Juzgado, clienta, procuradora y abogado; y fuimos a una institución bancaria. La clienta debía alguna cantidad a la procuradora anterior, y a mí, que había hablado con ella me permitió retrasar los ya muy retrasados pagos en aras de poder organizar los asuntos de la clienta. Pudimos no aplazar el pago y se realizó la transferencia.

Había que pagar a la abogada, pero existía un problema, la señora había contratado con un despacho en el que trabajaba esta abogada y lo había dejado ¿a quién y cuanto tendríamos que pagar?

El día antes del viaje, esta abogada me telefoneó, lo escuchado era increíble, pero resultó ser cierto. Quedamos que cuando yo estuviera allí, la llamaría. A la puerta de la sala del Juzgado, tras el acuerdo, comenté al colega que si podía hacerle una pregunta indiscreta, si puedo …, que opinas de la abogada anterior; no la conozco, desde el monitorio hasta la audiencia previa de la transacción, durante meses, intenté hablar con ella y no lo conseguí, la conocí como a ti, aquí a la puerta; es rara ¿no?, si un poco; entonces, la contestación a la demanda ¿no la pactasteis?; no, ya te digo, durante meses me dio esquinazo.

A la puerta del antiguo despacho de la abogada nos encontramos conque este ya no existe. Telefónicamente se localizó a uno de los antiguos socios, se expuso el problema y me comentó que los pagos se deberían hacer a la abogada, cuyo despacho actual está cinco portales más allá en la misma calle. Telefoneo a la abogada, le indico que estoy allí, y me dice que no me puede recibir, que me remite la factura por correo electrónico; oye mira, esto parece una larga cambiada; yo tengo mucho trabajo; que ayer comentamos que cuando estuviera aquí te llamaría; si, pero no quedamos en que te recibiría; vale, mi correo es  …. y hasta luego Lucas. En la misma puerta, llamo a la procuradora anterior; supongo que ya has recibido el mensaje con la foto del pago; si, gracias; gracias a ti por la paciencia, ¿te puedo hacer una pregunta indiscreta?; dime; estoy en tal sitio, pasa esto, he llamado a mi colega y que me dice que no puede recibirme; ¿cómo? ; si lo que oyes; pues es la primera vez que veo que, a quien viene a pagar no se le recibe, cuando además estás al lado de su despacho; ya lo sé, pero no quiere recibirme.

De regreso, tras comer, en una tarde calurosa de mayo, paro en una estación de servicio; un refresco y medio sueño interrumpido por una llamada al móvil: la secretaria del despacho de la abogada me solicita la confirmación de la recepción del correo que se me ha remitido. Con educación, juré en arameo. Y llegué y vi el correo, con IVA casi dos mil euros. Una línea en una contestación y un párrafo breve en una audiencia previa. La clienta aducía pagos que no se habían tenido en cuenta, su intención de hacer valer esos pagos; aducía que desde la primera entrevista la abogada, salvo breves correos electrónicos, no había dado señales de vida hasta entrada la noche del día antes de la audiencia previa; que desconocía todo o que se había practicado. El colega, como ya se ha dicho, entendió que esta abogada lo era “a la fuga”; la anterior procuradora no entendía nada y yo, en principio con la versión dislocada de la clienta, fui haciéndome una idea de lo que esta mujer había pasado.

Y llegó el sueño, y Serrat cantaba “de vez en cuando la vida,  …, nos gasta una broma, y nos despertamos sin saber que pasa, chupando un pavo sentado, sobre en una calabaza”.

De vez en cuando la vida, en sólo día, en unas pocas horas, nos ofrece maravillas y nos enseña nuestras miserias. De vez en cuando …. lo increíble, es cierto. Gracias señora jueza, gracias compañero.




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