Carpeta de justicia

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Imagen: wikimedia

Sigue haciendo calor. Es sofocante. “Qué ganas de abrigo” le comentaba por WhatsApp hace unos días a una amiga. Esperamos que cuando se publique esta experiencia ya haga una temperatura adecuada al momento en el que vivimos.

Fue hace unas semanas, yo andaba con un monitorio de esos que te sacan de pobres: 700 euros reclamados y sin saber muy bien qué cobrar cuando, de pronto, llaman al timbre del despacho. No abro, habían estado tocando toda la mañana para ir al piso primero donde hay otra empresa (no sé a qué se dedican exactamente) pero, lo cierto, es que entra y sale bastante gente.

Pues bien, toda la mañana levantándome para oír “¿me puede abrir? Voy al primero y por lo visto tienen el timbre estropeado” pues nada, oiga, ya estoy yo, como Lionel Hutz, pluriempleado, en lugar de abogado-niñero, abogado-portero. En fin, que me había hartado, por eso decidí no abrir esa vez. Insisten. Nada, que no, que no me da la gana. Prosigo con mi escrito, tenía puesto de fondo algo de música clásica, pero otra empieza a sonar más y más fuerte comiéndose a Mozart y distingo por encima del barítono cantando “Nom piú andrai farfalone amoroso” la voz aguda del cantante de AC/DC. “No puede ser, ahora los vecinos de arriba de fiesta…vaya día” cuando, súbitamente, llaman a la ventana que tengo tras de mí. El sobresalto fue de aúpa. Un robot de hierro volador estaba llamando a mi ventana. Estaba paralizado.

El susodicho abre la máscara asomándose un rostro humano y me dice a través del cristal “¿me abres?”, abro la ventana y entra volando. Era Iron Man “Es raro, normalmente suelo salir por las ventanas, pero de casas de mujeres”. Sr. Stark, inconfundible.

El multimillonario salió del traje (se lo agradecí, caminando con semejante peso me iba a estropear el parqué) y nos dirigimos a la sala de reuniones.

“Bonitas vistas; desde mi torre puedo ver todo Manhattan en un día soleado” – “Gracias Sr. Stark, tome asiento, dígame, qué quiere”

“Bien, ya sé que estuvo Furia aquí para hablarle sobre el abuelo y su escudo, yo no vengo a que me asesore sobre la patentabilidad de mis inventos” En ese momento mi sonrisa de oreja a oreja fue aplastada por la losa de la decepción. Ser abogado de Tony Stark es el sueño de cualquier abogado.

“Pero sí me interesa preguntarle – dijo continuando- lo que respecta a la protección de JARVIS” Miré atento.

“JARVIS es mi ordenador central, es la I.A más avanzada del mundo, pero, tras los últimos capítulos, se ha hecho pública su existencia. Sin JARVIS hubiera sido imposible fabricar los trajes Iron Man “

“Bueno, como le dije a Nick, podría tirar de secreto industrial. El secreto industrial requiere que el bien a proteger tenga una importancia relevante para la empresa, que sea catalogado como secreto industrial y que, por último, sea protegido de alguna manera. El problema es que no se podrá explotar el invento por otros y por lo tanto no podrá sacar rédito económico”

Stark torció el morro, el hecho de no poder sacar rédito económico era algo que no le acababa de gustar e, internamente, otra cuestión más filantrópica le molestaba: Tony Stark creía, profundamente, en ayudar a la humanidad. Se imaginaba un pequeño JARVIS en cada casa.

Pero si se decidía por el secreto industrial, no podría darle publicidad. Querer dar publicidad a un invento y protegerlo mediante el secreto industrial es un oxímoron evidente. Por lo tanto, sólo le quedaba la posibilidad de mirar la patente como sistema de protección que permite la publicidad del invento y lo protege durante un tiempo de 20 años para luego pasar a dominio público. Era lo más justo.

“De acuerdo – dijo abalanzándose decididamente sobre la mesa- procedamos a la patente”

Entonces lo miré fijamente sabedor que lo que iba a decirle no iba a ser de su agrado. A veces, al abogado le toca decir al cliente que lo que pretende no es posible, o no es fácil de conseguir y eso suele desagradar bastante a quien viene de casa convencido de que tiene razón. Cuando eso se lo dices a un multimillonario que se ha inventado un elemento de la tabla periódica nuevo y que viaja en un traje de hierro que él mismo se ha construido, es una tarea de altísimo riesgo.

“Sr. Stark, el software no es patentable”. Me miró fijamente con cara seria. Es normal, había sido yo quien le había llevado a ese callejón, antes de que pudiera decirme nada, continué. “pero si el software va insertado en un invento material (por ejemplo, un robot) el robot con el software sí que sería patentable”

La cara del súper héroe pasó a la que se pone cuando no se entiende nada. “¿cómo es posible?” preguntó.

“Es una cuestión legislativa. Tanto en la legislación nacional como internacional se decidió proteger al software mediante los derechos de autor, como las composiciones musicales, las obras literarias, etc. No estoy de acuerdo con este sistema, fue un parche, a mi modo de ver, ideado por quienes ignoraban el alcance industrial que podría llegar a tener este producto, pero, lo cierto, es que, en cualquier caso, como obra protegida por derechos de autor no impide que usted pueda efectuar negocios con ella. Usted tiene unos derechos económicos con los que puede participar en mercado. A su vez, dispone de otros llamados, derechos morales, que son irrenunciables

Al ver que existía la posibilidad de proteger su “obra” y, a la vez, comerciar, Stark respiró, al menos relajó su gesto.

“Por otro lado – proseguí- el software se puede transmitir mediante licenciamientos en función de qué es lo que quiera poner en el mercado si un software privado, un software libre”

“¿Qué diferencia hay?” - “Pues mire si quiere le remito a  este artículo de Law & Trends  “

“¿Una web dedicada a publicaciones de abogados? – se preguntó el millonario-  ¿la podría comprar? … Con esto Tony se levantó de la silla, salió de la sala de reuniones y se metió en su traje y dijo.

“muchas gracias por la información, le dejo aquí este Smartphone de última generación. Si suena seré yo y sólo yo y si eso ocurre, dese por contratado”

El super-heroe salió por la misma ventana por la que había entrado. Volví a mi mesa, encima, esas carpetas del Turno y de otros clientes que tenían que ser mi única realidad y, justo cuando iba a empezar a teclear “Al Juzgado número…”, suena un solo de guitarra que me era familiar, el solo de guitarra de “thunderstruck”  de los AC/DC y , junto al sonido, un vibrar de un móvil. 




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