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Cada atentado terrorista es un golpe en el alma y en las conciencias de la gente de bien. Pero más allá del dolor que provocan, abre una herida social difícil de cicatrizar: el miedo. Sentirse vulnerable, pequeño, fácil de matar. Sentir que tu vida o la de los tuyos puede acabar en cualquier momento si nuestros pasos se cruzan con los de un terrorista. 

Cuando algo así ocurre, todos dirigimos la mirada hacia papá Estado: le pedimos explicaciones: ¿cómo ha podido pasar algo así? ¿Qué ha fallado? ¿Por qué no nos protege? Y la respuesta a estas preguntas, la respuesta al miedo colectivo, siempre llega en forma medidas restrictivas: más controles en los aeropuertos, en las comunicaciones, cámaras de vigilancia, leyes mordaza…Una vez más, el eterno conflicto entre  libertad y seguridad aparece ante nosotros y se nos obliga a elegir: ¿Qué prefieres renunciar a un poco de tu libertad para conseguir seguridad para ti y para los tuyos o seguir libre pero con miedo?

A priori parece sensato apostar por la seguridad. Pienso que cualquiera de nosotros, si nos garantizarán que por pasar esos incómodos controles en los aeropuertos o dejar que invadan una pequeña parcela de mi vida privada, vamos a evitar ser víctimas de criminales y terroristas…aceptaríamos. Venderíamos una parte de nuestra libertad para comprar seguridad. Pero la cuestión es si esas medidas son realmente eficaces o son más bien un intento político de dar una respuesta a los reproches de los ciudadanos, un intento de aparentar que tiene la situación controlada… ¿Sirven de algo? ¿A quien estamos apresando en las garras de la seguridad? ¿A los terroristas entrenados para burlar controles o a los ciudadanos inocentes que soportan estoicamente la invasión de su intimidad?

Dejamos en el aire estas preguntas que cada cual contestará según le dicte su pensar y su conciencia para seguir hablando del miedo. La amenaza terrorista no es la única que provoca ese pánico que va acompañado de recortes en la libertad. Hay otra que castiga también a los ciudadanos de manera injusta e indiscriminada: la crisis económica. Y con ella el miedo a perder el empleo, el estatus social, la posibilidad de consumir. Esos miedos sociales son también el caldo más adecuado para cocinar a fuego lento las restricciones a la libertad. Para obligarnos a vivir según los cánones que se consideran correctos y adecuados.

Una sociedad que teme que se resquebraje su seguridad y se muestra cerrada e insolidaria. Que, por miedo, es capaz de cerrar sus fronteras, incapaz de acoger a los que huyen de la guerra. Una sociedad que deja a los refugiados sin refugio.

¿Seguridad o Libertad? Cada cual se situará a un lado de esta cuerda.  A la izquierda los que tiran a favor de la libertad, a la derecha los que tiran para conseguir seguridad. Mejor buscar el equilibrio. Superar el miedo, aplicar el sentido común y evitar así que la cuerda se rompa.

Autores: Carles Gil Gimeno. Abogado especializado en derecho penal. Socio profesional de Domingo Monforte Abogados Asociados.

              Carmen Domingo. Periodista. Directora de Comunicación en Domingo Monforte Abogados Asociados

 

 

 

 




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